Decía Italo Calvino que las ciudades siempre son confusas
en su extensión y forma, que no existen; que cuentan con distintas cualidades; que toman formas
distintas según los recuerdos de cada habitante, o que nunca dejan de estar
terminadas, en una especie de construcción continua. La escuela Talita Cum, en
Evinayong, vive un proceso similar. ¿Pensáis que significa lo mismo para un
niño de P3 que apenas la está descubriendo que para Sara Marcos o Marta Nombela que trabajan
en ella hace tiempo? ¿Pensáis que los vecinos de Evinayong que a diario pasan
delante de ella la han visto siempre igual? Pues no, y ahí radica su fuerza. Cuando la tierra no era más que naturaleza, en Evinayong seguro que ya había senderos de arcilla roja y personas que vivían cerca del río, de la vida. Un poblado era un clan, un grupo familiar que, con el tiempo, bajó de las montañas (sí, en la zona central de Guinea las hay) y se reubicó a lo largo de esos senderos convertidos ya en rutas, en vías, hasta en carreteras. En Evinayong, esa vía pasa justo por delante de Talita Cum. No es extraño ver como niños y niñas saludan a paseantes, a hermanos que van a trabajar en algún destajo, a madres que van a por agua o que van a (mal)vender algo de la producción de su modesta finca. Esos paseantes, a su vez, son testigos de cómo la escuelita de madera verde y azul sigue legando educación, de cómo sigue creciendo. Moisés Chimeno lleva allí un par de semanas colaborando en una nueva fase de construcción de la cocina y comedor, un nuevo módulo que se une a lo que ya se ha podido construir en los últimos meses. Se pasa el día arremangado, colaborando en la edificación, pero araña algo de tiempo para contarnos cómo le va, cómo lo ve: "Me falta tiempo para todo y me sobra cansancio para ir al ritmo que querríamos, pero estamos contentos", nos cuenta a pesar de las dificultades de conexión. Moi colabora con Esteban, hermano de Sara, que está trabajando en la electricidad de los módulos ya existentes, necesitados de algunos arreglillos. Según Moi, primero dedicaron dos jornadas "maratonianas" a inventariar el material disponible, a buscar el que haría falta (con esos largos viajes a Bata incluidos) y a ponerse manos a la obra. El siguiente paso, y aquí ya entra ese vocabulario de palabrejos rarunos, ya fue replantear el módulo y extraer los niveles para la fundamentación, trabajo que se ha iniciado de forma manual. ¿Por qué? Por la sencilla razón de que la máquina necesaria para realizarla la tienen, pero sin transporte para hacerla llegar a la escuela. En definitiva, que se encuentra a apenas...¡un quilómetro! ¡Pero sin opciones de usarla! Pues eso, fundamentación manual. Imaginen la currada con el clima y la temperatura de Guinea, sin olvidar una de esas habituales y potentes tormentas que les rindió visita ya la primera tarde. Un reto. Un equipo exhausto. Pero avanzando y sabiendo que Dios está a su lado, que de eso de fundamentar sabe un rato largo.
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