martes, 15 de septiembre de 2009

Crónicas 2008 / 2. Calor, Bata





Conocer un país es como reencontrarse con un amigo años después. A pesar de la distancia y del tiempo transcurrido, hay algo que resulta familiar, aunque también hay aspectos nuevos, sorpresas que, agazapadas, esperan sorprendernos. Hablar de Guinea Ecuatorial es adentrarnos en un imaginario que en España nos trae imágenes con consonancias coloniales, ya que el pequeño país centroafricano –rodeado de grandes naciones francófonas como Camerún y Gabón– pasó de unas manos a otras durante cinco siglos, hasta convertirse en colonia española. Desde 1968, es independiente. Cuatro décadas después, Guinea Ecuatorial (no confundir con Guinea Bissau ni con Guinea Conakry, dos países situados en pleno cuerno de África), mantiene un aire español –el castellano sigue siendo el primer idioma del país y por todas partes se encuentran antiguos edificios de época, coloniales, muchos de ellos en plena decadencia–, aunque el clima, el paisaje, el idioma fang y la tradición, nos recuerdan constantemente que nos encontramos en África, dándonos una palmadita en la espalda con su calor, su colorido y su omnipresente paisaje selvático.
Los aeropuertos de Malabo (en la isla de Bioko) y de Bata, pequeños, con la selva a tocar y la perspectiva aérea de las lujosas casas donde viven los estadounidenses que controlan las ricas refinerías petroleras del país, ya suponen el primer impacto con el calor y con la forma de funcionar de un entorno donde los recursos técnicos, digamos que no abundan; tan sólo hace falta observar las libretas donde los funcionarios anotan, con calma y ajenos a la cola que se pueda estar formando, los datos de cada uno de los viajeros. A mano, claro.
Bata, la capital continental, es un verdadero mosaico de color. Con la selva demostrando su poder hasta los límites mismos de la playa y tejiendo su enmarañada tela entre la misma ciudad, se ha transformado en un siglo de un pequeño puesto militar a una ciudad que presume, con unos 100.000 habitantes, de ser la capital económica de Guinea, aunque la oficial siga estando 500 quilómetros mar adentro, en Malabo. La misionera valenciana Sara Marcos reparte su tiempo, básicamente, entre Bata y Evinayong, entre la ciudad y el interior. En la ciudad, suele estar el fin de semana, coordinando la iglesia local y el grupo de jóvenes –que, cariñosamente, la llaman Mima–, mientras el resto de días los dedica a Evinayong. Eso sí, la semana empieza muy, pero que muy temprano, con una reunión de oración el lunes, todavía en Bata, a las seis de la mañana, aunque en Guinea es más habitual levantarse cuando en otros países quizá aún están desperezándose, ya que el calor –presente todo el año y, en la costa, más incisivo por la elevada humedad–, la luz y el propio ruido de la calle –el toque de claxon de los taxis anunciando su paso es un zumbido casi constante, como una banda sonora que acompaña al visitante y que los guineanos ya tienen del todo integrado– obligan a cualquiera a apartar su imprescindible mosquitera y encarar una nueva jornada.

    1 comentario:

    1. Hola Nil, soc la Gemma Pintado de TERRASSA la de la teva classe.
      Savies que tenim un professor nou?
      com et va tot?
      espero que tot et vagi bé per allà a Guinea!
      i aveure si tornes aviat.
      Adew ;)

      ResponderEliminar