lunes, 11 de octubre de 2010
Quedar a la hora "de comer"
Mi concepto habitual de "quedar" con alguien pasa por concertar, de una forma más o menos informal, un encuentro. Y suele ser ante un café, un bocata de esos de media mañana o, directamente, un menú de los de 9,95 (cada vez menos), camarero desganado y café en lugar de postre. Quien me conoce sabe que suelo meter la pata, pero sin mala intención, con la misma facilidad que suelo romper cosas o tropezar con ellas. Un día el director de la escuela me comentó que podíamos intercambiar opiniones e información sobre los maestros, los niños y el funcionamiento de Talita Cum. "¿A qué hora quedamos?", le dije. Su "Bueeeeno..." algo arrastrado no me servía de mucho, así que solté un típico "Podemos quedar a la hora de comer". Eso no es una hora, pero siempre presupone un margen a partir del cual negociar. José Luís (aunque él prefiere Ansema, su nombre fang) me dijo que, de hecho, ese día (y eran las siete de la tarde) todavía no había comido, pero que pensaba hacerlo al llegar a casa por la noche. En Guinea, pues, descubrí que lo de quedar para comer no es una buena idea. La comida, de entrada (y especialmente en el interior, donde es más difícil, casi imposible, tener alimento congelado por la falta de luz) adquiere un carácter inmediato, diario, de subsistencia basada en lo que se recolecte en las fincas (quien tenga) o se compre en la calle o en alguna abacería. Y teniendo en cuenta que no hablamos del surtido, variedad y cantidad que forma parte de nuestra realidad, en esos supermercados abarrotados y de pasillos tan largos que hasta dan pereza. En Guinea se come cuando se puede y no siempre con la calidad necesaria (sí, hay mucha fruta y asequible, pero eso no garantiza una buena alimentación), por lo que la propia escuela optó por ofrecer a los niños un vaso de leche y un plato de arroz cada día, garantizando, al menos, un plato seguro y con cierta sustancia en sus estómagos. Y ojo, que en ningún caso hablamos de dejadez de las familias, que centran buena parte de los esfuerzos del día en conseguir comida, pero deben luchar con esa economía de subsistencia (con sus aspectos positivos, claro, pero sin una economía básica de mercado que especialize a la gente). Y, reitero, en Guinea todos los niños comen (otra cosa es que sea suficiente para su desarrollo) y ninguno, repito, ninguno se deja de lado. En Guinea nunca habrá huérfanos (el concepto de familia es mucho más extensa, abierta y acogedora que la nuestra) ni necesitarán, como nosotros, centros de menores, pero un vaso de leche y un plato de arroz extras como que no está de más.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario