El rumor del oleaje forma parte del paisaje sonoro en Bata. Después de tres semanas en el interior, en Evinayong (donde volveremos el martes para continuar el trabajo en la escuela), la capital continental nos recibe con su peculiar banda sonora, plagada de música, cláxons y un bullicio que todo buen urbanita necesita como el respirar. El oleaje acaricia ahora las primeras horas de la madrugada, las que dedico a actualizar el blog. A pesar de unos misteriorsos insectos (medio larvas, medio abejas) que no cesan de caer (ya moribundas, se desploman) del techo de la casa, consigo centrarme gracias al rumor de ese océano que hoy ha acogido los primeros bautismos de la iglesia bautista en Guinea. Ni el curioso miedo que buena parte de los guineanos tienen a meterse en el mar (lo suyo son los ríos) ha podido con ese afán de hacer pública su fe. Un día de pura paz. Un día blanco, con un deje de azul y poco más, que contrasta con la jornada del sábado, dedicada a perdernos por los laberínticos callejones que se escabullen desde las calles principales de Bata. Allí aflora un mercado sin fin, una telaraña estrecha, ahora oscura, ahora iluminada por la luz que consigue colarse por esa tupida red. Compramos relojes para la escuela, un infiernillo de petróleo para poder cocinar en Evinayong (el país está sin gas, y el poco que hay llega de Camerún a precios prohibitivos), comida, un calentador de agua para Sara y algo de ropa.
lunes, 12 de octubre de 2009
Bautismos y laberintos
El rumor del oleaje forma parte del paisaje sonoro en Bata. Después de tres semanas en el interior, en Evinayong (donde volveremos el martes para continuar el trabajo en la escuela), la capital continental nos recibe con su peculiar banda sonora, plagada de música, cláxons y un bullicio que todo buen urbanita necesita como el respirar. El oleaje acaricia ahora las primeras horas de la madrugada, las que dedico a actualizar el blog. A pesar de unos misteriorsos insectos (medio larvas, medio abejas) que no cesan de caer (ya moribundas, se desploman) del techo de la casa, consigo centrarme gracias al rumor de ese océano que hoy ha acogido los primeros bautismos de la iglesia bautista en Guinea. Ni el curioso miedo que buena parte de los guineanos tienen a meterse en el mar (lo suyo son los ríos) ha podido con ese afán de hacer pública su fe. Un día de pura paz. Un día blanco, con un deje de azul y poco más, que contrasta con la jornada del sábado, dedicada a perdernos por los laberínticos callejones que se escabullen desde las calles principales de Bata. Allí aflora un mercado sin fin, una telaraña estrecha, ahora oscura, ahora iluminada por la luz que consigue colarse por esa tupida red. Compramos relojes para la escuela, un infiernillo de petróleo para poder cocinar en Evinayong (el país está sin gas, y el poco que hay llega de Camerún a precios prohibitivos), comida, un calentador de agua para Sara y algo de ropa.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario