Los escoceses dicen reconocer a un español en su país porque es el único que se echa a correr cuando llueve. En Guinea, las habituales tormentas de esta época (y que se alargarán hasta diciembre) no son ningún problema. Al contrario. Los niños chapotean sin parar, las familias recogen agua en bidones y la selva acumula aún más humedad para transformarse en un filtro potente contra el implacable sol. Agua en Guinea equivale a vida, aunque aún con la restricción en la mayor parte del país (en Evinayong, una empresa coreana se está encargando de canalizar la ciudad para que haya agua potable en el 2011). Ir a un manantial, llenar un bidón (un trabajo que se suele encargar a los niños para que ganen sus primeros francos CFA) y usar el agua justa para lavar (y para lavarse) es otro reto constante para nosotros, acostrumbados a darle la vuelta a eso llamado grifo, un verdadero desconocido para gran parte del país (y del continente africano).
Para los niños, el agua es diversión, es intentar darle a un balón medio deshinchado entre los charcos y es irse despojando de eso tan molesto llamado ropa.
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