Pasear por un barrio, una ciudad, un país que no es el propio te hace siempre sentirte entre intruso y turista, con ese punto de emoción de recorrer calles que no integran tu imaginario habitual, tu hábito, tu deambular ya sólo pendiente de trenzar pensamientos. Bata, poco a poco, se va convirtiendo en eso que los cursis y los redactores de folletos turísticos (pienso en clave barcelonesa, claro, ya que aquí nadie elabora nada parecido) llaman “un crisol de culturas”, con la presencia de libaneses, chinos, cameruneses, malís y, muy pocos, españoles. Estos, en su mayoría, se instalan en alguno de los pocos hoteles de la ciudad y alquilan un todoterreno donde montarán vestidos (¿disfrazados?) con ropa que recuerda a la de un safari. Visitan Guinea y hasta se acercan a alguna “casa típica” para tener las fotos de rigor ante ellas o rodearse de niños y mujeres, pero nunca darán el paso de conocer, de compartir o de vivir EN Guinea. Un blanco, pues, perdido por las calles de Bata ya prácticamente no provoca ningún tipo de sorpresa entre los guineanos. Pero en Evinayong, en el interior, la cosa cambia. Aquí, ser blanco no es un rasgo distintivo: es un acontecimiento, que crece de forma exponencial en el caso de Nil. Un niño blanco. Casi un marciano, vaya. Las primeras miradas minuciosas de los ancianos, las curiosas y risueñas de los niños y las inquisidoras de algún militar con típico traje de camuflaje (en el paisaje más camuflado del mundo) se han ido transformando con los días, se han moldeado con manos de artesano hasta convertirse en un hábito. Dejamos de ser marcianos verdes, de rostro ovalado y antenas para ser, simplemente, marcianos, pero sin importar ya el color. No suelo asociar a mi realidad el concepto de blanco y nunca pensé en términos como caucásico (que me sigue sonando a descripción de un sospechoso en un capítulo de Starsky & Huch) y, mucho menos, ario (eso sí que recuerda a episodios históricos de infausta memoria) o pálido (aunque conlleva reminiscencias de tarde de western con bocata de Nocilla, eso sí). Somos, sencillamente, blancos en una tierra donde el negro toma tonos de ébano y de chocolate o se matiza con esbozos más mulatos. Fang (la gran mayoría), ndowé o bubis, algunos de los matices entre los matices.
viernes, 23 de octubre de 2009
Semana 5. Blancos (22 de octubre)
Pasear por un barrio, una ciudad, un país que no es el propio te hace siempre sentirte entre intruso y turista, con ese punto de emoción de recorrer calles que no integran tu imaginario habitual, tu hábito, tu deambular ya sólo pendiente de trenzar pensamientos. Bata, poco a poco, se va convirtiendo en eso que los cursis y los redactores de folletos turísticos (pienso en clave barcelonesa, claro, ya que aquí nadie elabora nada parecido) llaman “un crisol de culturas”, con la presencia de libaneses, chinos, cameruneses, malís y, muy pocos, españoles. Estos, en su mayoría, se instalan en alguno de los pocos hoteles de la ciudad y alquilan un todoterreno donde montarán vestidos (¿disfrazados?) con ropa que recuerda a la de un safari. Visitan Guinea y hasta se acercan a alguna “casa típica” para tener las fotos de rigor ante ellas o rodearse de niños y mujeres, pero nunca darán el paso de conocer, de compartir o de vivir EN Guinea. Un blanco, pues, perdido por las calles de Bata ya prácticamente no provoca ningún tipo de sorpresa entre los guineanos. Pero en Evinayong, en el interior, la cosa cambia. Aquí, ser blanco no es un rasgo distintivo: es un acontecimiento, que crece de forma exponencial en el caso de Nil. Un niño blanco. Casi un marciano, vaya. Las primeras miradas minuciosas de los ancianos, las curiosas y risueñas de los niños y las inquisidoras de algún militar con típico traje de camuflaje (en el paisaje más camuflado del mundo) se han ido transformando con los días, se han moldeado con manos de artesano hasta convertirse en un hábito. Dejamos de ser marcianos verdes, de rostro ovalado y antenas para ser, simplemente, marcianos, pero sin importar ya el color. No suelo asociar a mi realidad el concepto de blanco y nunca pensé en términos como caucásico (que me sigue sonando a descripción de un sospechoso en un capítulo de Starsky & Huch) y, mucho menos, ario (eso sí que recuerda a episodios históricos de infausta memoria) o pálido (aunque conlleva reminiscencias de tarde de western con bocata de Nocilla, eso sí). Somos, sencillamente, blancos en una tierra donde el negro toma tonos de ébano y de chocolate o se matiza con esbozos más mulatos. Fang (la gran mayoría), ndowé o bubis, algunos de los matices entre los matices.
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