sábado, 25 de diciembre de 2010

Navidad

Apareció casi por casualidad. Un viejo poema de Gloria Fuertes (sí, esa señora de voz grave que, de niño, me encantaba) llamó a la puerta hace unos días y me habló de unos pastores que traían queso; de unos ojos largos, otros negros y otros claros; de otro pastor sin madre que venía descalzo, y de un niño que no debía dormirse, ya que le estaban rezando. Quizá fuera una broma (otra) de la señora de voz grave, pero el poema iba acompañado del rostro de Rode, el último rostro que se me quedó grabado a fuego en Guinea, un rostro que dejamos ajeno a una simple tos, a un simple virus, a una simple espera de respuesta por parte de su familia. Quizá es que nos sentíamos parte de ella y esa Navidad fuera la más especial de todas. Puede ser, pero no dejo de pensar en una pequeña iglesia de madera decorada con telas con lo que parecían unas flores marrones. Preciosas. No dejo de pensar en una comida de Navidad a base de un pescado, nada que ver con esas mariscadas de pinzas rojas y lujosas, que sabía como la mejor comilona del mundo. Y yuca, y cacahuete. Y los ojos de Rode. Y los de Sola, de Reina, de Santos, de Juan, de Raquelita, de Castro, de 220 rostros. Quizá fuera eso lo que algunos llaman feliz Navidad.
 

sábado, 4 de diciembre de 2010

Cuando...

Cuando hay países que hablan de rescatar a otros. Cuando la desconfianza nos mira de reojo, con ese movimiento de brazo para que no copiemos al de al lado. Cuando nos adentramos en el terreno pantanoso de una crisis a causa de la especulación, las ansias de acumular, el consumo descerebrado o los cantos de sirena publicitarios para crearnos esas necesidades que satisfacemos a golpe de Visa. Cuando la infelicidad se maquilla con luces de Navidad. Cuando todo eso se da la mano, vuelvo a mirar la imagen de Ruth buscando en el fondo de ese bidón de tono ferruginoso y de agua de lluvia de varios días atrás. Un bidón con amebas que no saben de crisis pero sí de infecciones. Un bidón que espera, con ansia, unas canalizaciones de agua que están a punto, a punto a punto. Un bidón que resume horas de espera, de miradas perdidas en su fondo, pero también en un horizonte de tonos azules de cielo travieso y rojos de caminos pacientes, redibujados con puntas de machete y surcados por cestas de mimbre cargadas de leña y bananas. Nunca pregunté a Ruth qué miraba. Ni siquiera si miraba. O qué pensaba. Ni siquiera si pensaba. Seguramente regaló uno de esos gestos suyos tan habituales, tímidos y aderezados con un canturreo para espantar quien sabe qué. De puntillas y con ojos abiertos, seguro que encontró un mundo. Yo no supe ver nada.

sábado, 20 de noviembre de 2010

Ni eliminando los colores


Los recuerdos pueden llegar a desbancar las vivencias. Las estancias efímeras y puntuales en otro país siempre suenan a paréntesis, a domingo sin despertador, a mes de agosto perezoso y de aparcamiento fácil en la ciudad que se derrite. Recorrer calles y paisajes no habituales es como ahuyentar fantasmas (y ácaros) con un movimiento seco y contundente de la sábana, para dejarla caer como una caricia ordenada. Especular con los colores que uno ha visto lleva a querer sacar una goma de borrar (sí, Milan con sabor a nata, que uno se las comía años ha) para reconvertir el paisaje en blanco y negro, para quedarse con los detalles, con los contrastes, con las sombras, con los recovecos de la luz y con la intensidad de la vida sin distracciones visuales. Da igual que sea ante un castillo escocés, un café romano, un barrio rosado indio o la selva guineana. Que sí, que da igual, que uno se aleja del cuadro, mira como un director de cine que encuadra realidades falsas y se pone la coraza de la distancia. Pero es imposible. Ni eliminando los colores consigo quitarme Guinea de la cabeza. Maldito arco iris.



jueves, 11 de noviembre de 2010

La imagen que no tengo

No es que no encuentre palabras. Ahí están, y sólo hace falta recogerlas, darles forma, alinearlas, obligarlas a transmitir algo. No es que no encuentre imágenes, es que hay una que no tengo. Bueno, sí en mi memoria, instalada y con tendencia a regresar de vez en cuando. Os cuento: la carretera que une dos barrios de Evinayong. Sobre las diez de la noche. Y muy negra noche. Conduzco el todoterreno de Sara para acompañar a alguien. Un par de curvas antes del control militar (uno algo molesto, dentro de la propia ciudad), los faros, altivos y contundentes, del coche enfocan el rostro de alguien plantado en lo que podría aspirar a ser un proyecto de arcén. Unos focos que deslumbran, molestan, deben obligar a cerrar los ojos, echar la cabeza para atrás y levantar las manos. Pero esa figura no. No cierra los ojos, no ladea la cabeza, no levanta las manos. Sus ojos parecen clavarse en los míos, aunque seguramente mira sin mirar. Un hombre, todo pintado de blanco, que no parpadea, que parece fuera de este mundo. Inquietante, extraño, una especie de angustia que, de forma recurrente, se ha colado en mis sueños los últimos meses. Supe después que se trataba de alguien realizando un rito iniciático en una curandería. Supe después que estaba fuera de si. Pero supe también que esa imagen que no tengo navega por mi mente, como un monstruo de esos que creamos para fastidiarnos a nosotros mismos. Pero sin crearlo. Muy real. Unos ojos en una curva. Que no parpadean.

martes, 26 de octubre de 2010

Minutos escasos, bizarros y traviesos

La transición entre el día y la noche en el ecuador de África es un abrir y cerrar de ojos, un cambio casi de bombilla (como cuando en los dibujos animados el sol va a toda pastilla bostezando y aparece una luna medio melón con cara de bonachona). Pero lo parece, ya que siempre hay unos minutos (escasos, bizarros y con vocación traviesa) en los que el cielo regala una paleta cromática que más de uno querría para repintar el piso. Sé que he hablado muchas (¿demasiadas?) veces de la luz y del color en Guinea, pero es que uno es de ciudad de cielo gris y adoquines (bueno, ya casi todo asfalto) negruzcos. Esta transición te puede pillar despistado, aunque en un país sin estaciones como las nuestras (o es seca o es de lluvias, pero el frío no existe casi en el diccionario guineano), es fácil hasta saber la hora. Al final, la cámara a punto y una ráfaga de disparos para asegurar que se puedan captar las varias tonalidades. Y casi lo consigo, que al ver la foto estoy seguro que algún color (también escaso, bizarro y travieso) me esquivó como con ganas de jugar.

martes, 19 de octubre de 2010

Ingenieros




Puentes, cañones, ríos, valles, desfiladeros, montañas. Con un par de palos (pero de los buenos y seleccionados, no el primero que uno encuentra en una cuneta), agua y una zona de trabajo, todo equipo de ingenieros aspira a desarrollar un proyecto que  necesita partir de un buen acuerdo entre los profesionales. En este caso, Castro y Nil eran los profesionales, dos personajillos con capacidad para demostrar que se puede pasar una tarde lejos de los cantos de sirena de una Play o de las series y dibujos que, ya en non stop, pueblan teles varias. Castro y Nil se convirtieron en dos ingenieros gigantes, dos Gullivers del manejo de tierras para transformar un cacho de terreno en una obra de ingeniería. Y de creatividad, la base del juego de todo niño guinenano que se precie.

lunes, 11 de octubre de 2010

Quedar a la hora "de comer"

Mi concepto habitual de "quedar" con alguien pasa por concertar, de una forma más o menos informal, un encuentro. Y suele ser ante un café, un bocata de esos de media mañana o, directamente, un menú de los de 9,95 (cada vez menos), camarero desganado y café en lugar de postre. Quien me conoce sabe que suelo meter la pata, pero sin mala intención, con la misma facilidad que suelo romper cosas o tropezar con ellas. Un día el director de la escuela me comentó que podíamos intercambiar opiniones e información sobre los maestros, los niños y el funcionamiento de Talita Cum. "¿A qué hora quedamos?", le dije. Su "Bueeeeno..." algo arrastrado no me servía de mucho, así que solté un típico "Podemos quedar a la hora de comer". Eso no es una hora, pero siempre presupone un margen a partir del cual negociar. José Luís (aunque él prefiere Ansema, su nombre fang) me dijo que, de hecho, ese día (y eran las siete de la tarde) todavía no había comido, pero que pensaba hacerlo al llegar a casa por la noche. En Guinea, pues, descubrí que lo de quedar para comer no es una buena idea. La comida, de entrada (y especialmente en el interior, donde es más difícil, casi imposible, tener alimento congelado por la falta de luz) adquiere un carácter inmediato, diario, de subsistencia basada en lo que se recolecte en las fincas (quien tenga) o se compre en la calle o en alguna abacería. Y teniendo en cuenta que no hablamos del surtido, variedad y cantidad que forma parte de nuestra realidad, en esos supermercados abarrotados y de pasillos tan largos que hasta dan pereza. En Guinea se come cuando se puede y no siempre con la calidad necesaria (sí, hay mucha fruta y asequible, pero eso no garantiza una buena alimentación), por lo que la propia escuela optó por ofrecer a los niños un vaso de leche y un plato de arroz cada día, garantizando, al menos, un plato seguro y con cierta sustancia en sus estómagos. Y ojo, que en ningún caso hablamos de dejadez de las familias, que centran buena parte de los esfuerzos del día en conseguir comida, pero deben luchar con esa economía de subsistencia (con sus aspectos positivos, claro, pero sin una economía básica de mercado que especialize a la gente). Y, reitero, en Guinea todos los niños comen (otra cosa es que sea suficiente para su desarrollo) y ninguno, repito, ninguno se deja de lado. En Guinea nunca habrá huérfanos (el concepto de familia es mucho más extensa, abierta y acogedora que la nuestra) ni necesitarán, como nosotros, centros de menores, pero un vaso de leche y un plato de arroz extras como que no está de más.

viernes, 8 de octubre de 2010

¿Sacapuntas?


La primera vez que dije "sacapuntas" ante un grupo de niños de la escuela Talita Cum, las miradas mezclaron sorpresa e indiferencia. "Sí, para sacarle punta al lápiz", intenté precisar, antes de que alguno de los chavales me aclarase que me estaba refiriendo a un "afilador". Suerte que me lo dijo a tiempo, ya que mi cerebro estaba a punto de colar una catalanada y de lanzar hacia mi lengua la palabra "maquineta". El supuesto formador también aprende, hala.

viernes, 1 de octubre de 2010

Silencios azules

Silencios azules. Vidas que se esconden entre otras vidas. Rostros lejanos que se convierten en cercanos al tener nombre y apellido. O sólo nombre. Hogares que pasan a ser familiares. Y familias que traspasan culturas, que allanan caminos. Momentos que requieren paciencia. Pasos que necesitan un camino firme. Y más silencios. Azules, verdes, blancos y rojos. Guineanos.

miércoles, 29 de septiembre de 2010

Amor


El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece; no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor nunca deja de ser.

lunes, 27 de septiembre de 2010

Mapas en movimiento



Una especie de gran alfombra de asfalto se ha ido desenrollando en los últimos años desde Bata hasta el interior de la zona continental de Guinea, vertebrando a su paso un país, conectando pueblos y poblados que estaban unidos por tímidos caminos de tierra roja. Concentraciones de casas con aspiración a ciudad (Niefang, Evinayong, Mongomo,…) han visto como esa tímida telaraña se ha ido tejiendo, redibujando paisajes, redefiniendo un mapa que pocos han visto. En puntos intermedios entre esas ciudades, por eso, ese asfalto no equivale todavía a demasiado, únicamente al aumento de la velocidad de los coches y furgonetas que atraviesan el país, que van hacia Camerún, hacia Gabón o hacia ninguna parte. Poblados como Engong han cambiado hasta su posición en el mapa: casas que originalmente se encontraban en mitad de la selva, al abrigo del parque del Monte Alen, cercanas a fincas en claros que parecen imposibles entre tanta maleza, han sufrido una extraña mutación. La carretera las ha obligado, casi, a desplazarse, a buscar la alfombra de asfalto que promete progreso, amaga pequeños negocios de venta en la calle y perpetúa parte de su silencio. Los más jóvenes han ido desplazando ese dibujo, ese grupo de viviendas hacia ella. Mientras, los más ancianos, permanecen en una parte del pueblo aislada, agazapada en la selva y sin carretera que la cruce. Algunos pueblos mueren (en el llamado interior del interior, la diáspora es un goteo incesante, como en Movun) y otros se transforman. Quizá sirva para ese progreso, para esos negocios, pero de momento sólo se nota en eso, en la mayor velocidad de esos que van de Bata a Mongomo, y casi sin mirar a los lados.

miércoles, 22 de septiembre de 2010

¿Crisis?

Si un guineano te dice que no entiende por qué en Europa hablan de crisis, tienes un problema. El director de la escuela Talita Cum y pastor de la iglesia bautista de Evinayong, José Luís Ansema Abaga, estuvo en España durante un par de meses, y cuando regresó me formuló la temida pregunta, con los ojos abiertos y la sorpresa de quién ha visto lo que, supuestamente, es un momento difícil para los europeos: "Dicen que en España tenéis crisis", dijo, "pero he estado en casas con luz, agua, comida y neveras. Y la mayoría de familias tienen coche, y casa, y trabajo". Mis intentos derivaron hacia una explicación basada en cuestiones estructurales, de couyntura, de un paro que pasa del 8% al 20%, del estancamiento de algunos sectores, de la competencia de otros mercados, de la burbuja inmobiliaria, del cierre del grifo de los préstamos por un mal uso y un peor abuso, de... "Ya", insistió, "¿pero éso es vivir una crisis?". Los estados africanos llevan, de media, medio siglo de independencia (Guinea Ecuatorial, 42), pero de los 32 países más pobres del planeta, 30 son del continente negro. ¿Crisis? La crisis tiene que ver con una identidad maltratada durante siglos (tanto por el colonialismo y la esclavitud, como por muchos gobiernos africanos que han perpetuado el estancamiento de su pueblo) y con la falta de una verdadera economía de mercado. El tópico habla del guineano como de alguien poco emprendedor, sin iniciativa, y que se limita a una subsistencia diaria para ser feliz. Eso tendrá su parte positiva, pero también es cierto que en Guinea cada día se organiza un gran mercado al aire libre, sin organización, sin pensar en que alguien se puede especializar en algo para generar un producto o un servicio, para generar riqueza. La base sigue pasando por mejorar la educación (un mal endémico en Guinea, aunque con atisbos de esperanza) y por entender que podemos estar inmersos en una crisis financiera y de confianza en el mercado, pero que unos quilómetros más al sur todavía hay millones de personas que tienen que vivir con menos de 1,25 dólares diarios, eso que llamamos el umbral de la pobreza extrema. Pero ellos no saben qué es una crisis, nunca han tenido que perder tanto como para caer en una. El futuro pasa no por dar (¡ojo al concepto equivocado de algunas ONG, que con una buena voluntad que puede ser paternalista no basta!), y sí por formar, educar, crear cooperativas, aprovechar el distinto potencial de cada persona, mover una economía estancada casi en el trueque, dar esperanza.

miércoles, 15 de septiembre de 2010

De aulas y barracones


Rebasado el largo y cálido verano (lo de largo, claro, para los niños) me encuentro, como cada curso, con las mismas quejas ante la habitual y ya clásica presencia de los llamados barracones (hay quien intentó redefinirlo como módulos, pero no triunfó), una muestra de la supuesta falta de previsión, de la dejadez del gobierno de turno (da igual el color) o de la lentitud de unas obras que ya deberían estar acabadas, que para eso pagamos nuestros impuestos y que nuestros hijos no pueden ser educados en esas condiciones infrahumanas y el habitual bla, bla, bla que acabará llevándose el viento. Lo dicho, un clásico post-vacacional. Ante ello, decidí proponer algo sencillo: alquilar una flotilla de helicópteros y enganchar en ellos algunos de esos módulos infrahumanos (con su aire acondicionado, sus perchas, sus pupitres nuevos, su pizarra y su cualquier cosa que suene a clase) para depositarlos (por poner un ejemplo cualquiera, así a bote pronto) en Misong-Minvi, en ese terreno de Evianyong que alberga la escuela bautista Talita Cum. Pero desistí cuando comprobé que Talita Cum sigue siendo la escuela más bonita del mundo, recién pintada este verano (por un grupo de voluntarios de Pasión por las Naciones) y con una nueva aula central (la de la foto)que se añade a las existentes, insuficientes para acoger a los 220 alumnos que hay desde pre-escolar hasta sexto. Gracias Sara.

miércoles, 8 de septiembre de 2010

Hace un año...


Me siento mal cuando el ocio me apabulla, cuando la sensación de no querer hacer nada toma el control. Por la mañana, la cama tiene esa extraña habilidad de engullir mi cuerpo, mientras mi mente intenta resituarse (no sé si le pasa a todo el mundo, pero hasta que no caigo dónde estoy y qué debo hacer pasa un buen rato). Pero hoy he recordado que hace un año estábamos a punto de viajar hacia Guinea Ecuatorial para vivir cuatro intensos meses de trabajo, de vida, de vínculo. Hace un año sentía el cosquilleo de tener en mis manos un visado (que tardó, y tardó, y tardó en llegar), un simple papel que nos permitía entrar. Pero entrar es más que visitar, más que conocer, más que ayudar, más que dar forma a un proyecto. Entrar fue encontrar una segunda casa: Evinayong, para mí, ya lo es. Estos días veo fotos de gente que ha estado allí este verano (y que, por cierto, han dejado la escuela tan limpia y bien pintada que parece otra) y veo rostros conocidos. Y veo un paisaje que integré como propio. Y veo una cocina, un comedor, una casa en la que reconozco un póster de África que dejamos a Sara y hasta un hule de mesa que olía a hogar. Me siento mal cuando tengo ganas de espachurrarme en el sofá, de navegar por el Facebook o de ver la tele y no pensar. Y más cuando en Guinea esas tentaciones quedaban minimizadas por la falta de tele y el contacto más que esporádico con eso de internet (sí, eso que nos ha cambiado la vida, eso sin lo que no podemos vivir, y eso que cuando no tienes te das cuenta que tampoco es tan necesario). Hace un año el aire olía a yuca fermentada, a verde selva y a niebla que va rodeando Evinayong hasta acunarla. Hace un año los pies de 200 niños se llenaban de barro al entrar en la escuela después de un tormentón de los buenos, de los que llenan bidones y regalan vida. Hace un año.

lunes, 2 de agosto de 2010

El fútbol en Guinea (4ª y última parte): patio de colegio

El fútbol de patio de colegio, en mi época, tenía su vocabulario (cañardo, faltorro, cañete, palomero, chupón,...), así como sus leyes no escritas (la Ley de la Botella es un clásico) y su caos organizado (en un mismo patio podían coincidir varios partidos a la vez y nadie tocaba la pelota de otro, además de reconocer en todo momento a tus compañeros de equipo a pesar de vestir la misma bata). En la escuela Talita Cum de Evinayong el fútbol también es la principal (aunque no la única, claro) actividad durante el tiempo de recreo. Por un lado, los chicos, que se quedan el balón que está más duro. Por otro, las chicas, con una técnica que más de uno quisiera en el bando masculino. Jugar a fútbol en el patio-terreno de Talita Cum es un reto; digamos que no es el terreno más liso del mundo, con algunos baches, agujeros y piedras que entorpecen la ruta del balón. Es por eso que se opta por un juego algo más aereo, basado más en la velocidad que la técnica (perseguir una pelota que va dando tumbos requiere tener algo de Usain Bolt) y, sobretodo, en la fuerza. Eso, al menos, es lo que observé durante unos meses, hasta que se organizó (aquí ya entran en juego los uniformes oficiales de la escuela: uno, del Barça, y el otro de un verde que los chicos relacionan con la selección de Nigeria)un partido entre alumnos (los mayores) y profesores. Y ahí es donde corroboré eso de la velocidad, la fuerza y el juego aereo. Bueno, más bien corroboré mi falta de destreza en todos esos capítulos, por lo que opté por una posición de líbero (en un equipo técnico, una responsabilidad; en el de los profes, una forma de escaquear de los encontronazos más directos, aunque mis piernas terminaron con más moratones que un rival de Rocky Balboa). Conseguimos un más que digno 3 a 3 (obvia decir que ni marque un gol ni estuve cerca de ello) y compartimos una especie de copa de cartón que a los chavales les parecía la mismísima Champions. Los partidos se viven con mucha intensidad (hasta el resto de alumnos organizan unas gradas con los bancos de las aulas) y hay quien, con un rudimentario micrófono y un ampli con cierta distorsión, se dedica a narrar el encuentro al más puro estilo Carrusel Deportivo (eso sí, sin esos molestos anuncios).
Al día siguiente, cada chaval devuelve a la escuela el uniforme lavado y doblado, a la espera del próximo partido, que se convierte en acontecimiento, en punto de encuentro, en diversión, en vida.

lunes, 26 de julio de 2010

El fútbol en Guinea (3ª parte): Copa África y las chicas al poder




La Nzalang nacional (o sea, la selección de Guinea Ecuatorial) nunca ha conseguido cosechar éxitos futbolísticos en un continente dominado por potencias como Egipto (ganadora en siete ocasiones de la Copa África), Ghana (con cuatro títulos), Camerún (con cuatro más) y otros, también con al menos un triunfo, como Nigeria, Marruecos, Argelia o Costa de Marfil. O sea, un panorama más que complicado para un país tan, tan pequeñito. Hasta que llegaron las chicas: la misma competición en versión femenina nació hace relativamente poco (en 1991), pero en sus siete primeras ediciones sólo tuvo a un conjunto ganador, el de las Águilas Verdes de Nigeria, que fueron arrasando campeonato tras campeonato, hasta que la octava edición (2008) se disputó en Guinea Ecuatorial. Y allí, las chicas guineanas se hicieron fuertes en casa y dieron la gran campanada,  ya que conquistaron la copa, ganando en la final a Sudáfrica por 2 goles a 1. Histórico, vaya, y tal como leí en alguna crónica “no hace falta que se restrieguen los ojos, es verdad, somos campeones de África”. El equipo, liderado por su estrella Ayongmana, tumbó de forma consecutiva a Camerún, Congo, Mali, la intocable Nigeria y Sudáfrica. Los goles de Diala y la propia Ayongmana consiguieron que todo un país vibrara con el fútbol, algo que se repetirá el próximo 2012, ya que Guinea Ecuatorial será la sede de la Copa África masculina de forma compartida con el vecino Gabón. Los gaboneses aportan dos grandes estadios (en Port Gentil y Libreville), mientras las dos joyas de Guinea son los nuevos estadios de Malabo (conocido, viva la originalidad, como Nuevo Estadio, con capacidad para 15.000 personas) y Bata (el Estadio la Libertad, con 10.000 localidades). Yendo desde Malabo hacia alguno de los barrios limítrofes con la ciudad (o tomando ya alguna de las carreteras que permiten acceder al sur de la isla de Bioko) se bordea el nuevo estadio de Malabo, majestuoso en la distancia. Se trata de una infraestructura que ya lleva un par de años en marcha, pero que contará con un hermano pequeño (en el que todavía se estaban haciendo obras) en Bata, un estadio La Libertad en el que pudimos entrar y hasta hacer algunas fotos, un espacio que todavía huele a nuevo y donde el rojo y azul de las gradas, el verde del césped y el marrón de la pista de atletismo ya dan el primer toque de color a lo que será la gran fiesta para el fútbol guineano. Posibilidades de lograr algo grande para el Nzalang, no muchas, pero será su segunda participación en toda la historia de la Copa África (un derecho ganado como organizador) y logrará que miles de personas vivan con pasión los partidos. Me quedé con las ganas de asistir a algún partido de la selección, pero me han contado que la gente lo vive con unas ganas increíbles (en España, por ejemplo, los aficionados están más acostumbrados a asistir a partidos), con ojos como platos y, al más puro estilo Brian Eno, con un muro de sonido constante que ríanse ustedes de las vuvuzelas esas sudafricanas.
En la primera foto podéis ver una parte del interior del nuevo estadio La Libertad de Bata. En la segunda, algunas de las chicas de la escuela Talita Cum de Evinayong que aceptaron el reto de entrenar y jugar con el equipo masculino (entrenado, por cierto, por alguien con nula experiencia como un servidor). Y sin desentonar, oigan, que entre ellas todavía descubriremos a una futura Ayongmana.


viernes, 16 de julio de 2010

El fútbol en Guinea (2ª parte): bajo la lluvia

No importa el clima. Al contrario, en un entorno sin estaciones y dominado por el calor, la aparición de la lluvia (por más tormentosa que sea) siempre es bienvenida en Guinea a la hora de improvisar un partido de fútbol. Nacerán duelos espectaculares, teñidos de barro y mejorados por la velocidad que tomará el balón (hasta el más deshinchado del mundo tomará direcciones que ni el Jabulani ese de Sudáfrica), con chicos y chicas que tendrán a esa lluvia como fiel testigo de partidos de fútbol con pretensiones casi de waterpolo. Ya dijimos que el fútbol es el deporte rey en Guinea Ecuatorial. De hecho, casi el único, ya que prácticamente no se ve ni una cancha de baloncesto (y no digamos ya de tenis), pero sí esas fantásticas porterías armadas con cañas y esculpidas a machete. El riego del cielo no es un impedimento para jugar a fútbol. Es un aliciente, un elemento más contra el que (o con el que) jugar, la posibilidad de hacer resbalar el balón con un toque suave o de que se apalanque de forma caprichosa en el primer charco donde se sienta a gusto. Esos partidos resultan como más épicos, más sufridos y más divertidos. Ser niño equivale a chapotear a la más mínima. Pero serlo en Guinea equivale a olfatear casi la inminencia de la lluvia; allí no hay unas primeras gotas que adviertan de nada, allí la descarga es instantánea, dibujándose una cortina gris que convierte un partido de fútbol en el juego más divertido del mundo. Será por eso que en un partido de la Nzalang Nacional no habrá (de momento, que están en ello) demasiada técnica, pero sí fuerza, anticipación y capacidad de dejarse la piel. También será por eso (viendo a tantas chicas lanzarse bajo la cortina de agua tras un balón) que la Nzalang femenina ya ha cosechado sus primeros triunfos continentales, aunque eso lo veremos en una tercera entrega.

sábado, 10 de julio de 2010

El fútbol en Guinea (1ª parte)




2008. Primer viaje a Guinea Ecuatorial: en el aeropuerto de Madrid, los pocos guineanos que esperan con nosotros el vuelo a Malabo saludan efusivamente a un compatriota que no puede dejar de regalar sonrisas y unos tímidos agradecimientos. Es Benjamín Zarandona, futbolista que llegó a tener cierta popularidad vistiendo la camiseta del Betis. Pero sólo eso, cierta popularidad. El fútbol es el deporte más popular en Guinea y, tal como descubro en ese momento, Benjamín es todo un ídolo y el líder de la Nzalang (el Rayo en lengua fang), la selección ecuatoguineana. En las carreteras y hasta pistas forestales del país, hay varias formas de detectar que uno se acerca a un poblado. Una, puede ser la presencia de mujeres cargando las pesadas cestas (los nkueiñ) en la cabeza. Otra, algunas cabras saltarinas y asustadizas que, como mucho, se alejan unos centenares de metros de las zonas habitadas. Un tercer elemento pueden ser algunas tumbas rudimentarias, cementerios vestidos (los más afortunados) con algunas baldosas o con palmas que forman una cruz. Pero otro puede ser lo que podríamos llamar como un más que modesto campo de fútbol. Lo de campo, literal, con un rectángulo (eso sí, de hierba, hierba, aunque plagado de agujeros y montículos de arena capaces de desviar cualquier osado balón) marcado por un par de porterías. Las medidas no suelen ser, precisamente, reglamentarias, pero son fruto de un esfuerzo importante, ya que comporta adentrarse en la selva machete en mano, cortar unas cuantas cañas de longitud considerable y montar lo más parecido a un marco digno del mejor estadio del mundo.
Pocos guineanos practican deporte. De hecho, no deja de ser un concepto aún muy occidental, aunque la herencia española y el contacto con el resto del mundo han convertido al fútbol en deporte nacional. Muchos guineanos siguen con fervor la Liga española (con división de opiniones, tal como debe ser, entre Barça y Madrid), aunque sus ídolos siguen siendo aquellos jugadores africanos (el panafricanismo en el fútbol es una evidencia palpable) que han cruzado las fronteras del continente para triunfar en Europa. Así, los nombres del marfileño Didier Drogba o del camerunés Samuel Eto’o lucen con orgullo en las camisetas de muchos jóvenes aunque, a bastante distancia, el de Benjamín puede presumir de ser un espejo para muchos chavales que, descalzos y con balones a menudo pinchados o fabricados con trapos, disputan partidos con el mismo fervor, las mismas celebraciones, la misma pasión y las mismas esperanzas en ser futbolistas de mayores que los de cualquier plaza o patio de Barcelona, Santander o Almería.

En futuras entradas hablaré del futbol bajo la lluvia y en la escuela; de la Nzalang nacional, y hasta de la próxima Copa Africana de Naciones del 2012, que se celebrará entre Gabón y Guinea Ecuatorial.







lunes, 7 de junio de 2010

Manos desenredando letras

Hay árboles que esconden sonidos, frutos que se convierten en desayunos improvisados, hileras de uniformes blancos y azules que salpican la carretera que cruza la zona de Misong-Minvi, el barrio donde se encuentra la escuela Talita Cum. Hay rancheras que se llenan hasta los topes como si se trataran de autocares escolares. Hay miradas plagadas de legañas y sueño cercenado. Hay agujas de unos relojes casi inexistentes que señalan las ocho de la mañana, cuando el sol siempre luce así como con chulería, todo el año, sin cambios que hacen más para el hemisferio norte. La escuela, de cuerpos medio adormilados, necesita despertar. La escuela recibe seca o llena de barro, pero recibe. Y los alumnos se alinean, forman unas filas con tanto orden como risas tontas, con tanta precisión en los mayores como anarquía en los pequeños. Himno cantado, ejercicios para desperezar y revisión de uniformes o de quien ha traído o no leña o escobillas (material básico en la escuela para limpiar y cocinar). Las manos se levantan, como desenredando letras atrapadas en el aire, como deshilachando vocales y consonantes que deberán ordenarse en pizarras, libros y cuadernos. La escuela parece inventar cada día su propio idioma. Bienvenidos a clase, sí, eso que me suena tan rutinario y que, para otros, es casi un lujo.

martes, 1 de junio de 2010

Egunon Guinea




Que sí, que entre Bilbao y Guinea Ecuatorial hay unos cuantos miles de quilómetros. Pero eso, a una chica como Myriam (bueno, es de Basauri, que no del mismo, mismo Bilbao) como que no le importa. Con un corazón que no cabe en todo este blog, hace un par de años viajó a Guinea (dentro del llamado programa Love Guinea) para colaborar durante el mes de agosto en la escuela Talita Cum (creo que si alguien ha visitado anteriormente el blog, sabrá de qué hablo: Evinayong, interior de la zona continental). Y quedó tan encantada que repitió el verano pasado. Myriam tiene claro que “todo empezó en el corazón de Dios, con un sueño que me regaló”, el de poder viajar al pequeñito país africano. Primero, para dedicarse a pintar y reformar la escuela (algo de falta le hacía a la pobre) y, al año siguiente, para colaborar con la ONG cristiana +Que Salud, formada por profesionales del sector sanitario. En esta ocasión, el proyecto se desarrolló durante diez días en Bolondo (también en zona continental), en un centro hospitalario. Allí, “pudimos atender a gente que por falta de medios o imposibilidad de desplazamiento, no podían ir al hospital”. ¿Cuál fue el trabajo básico? Aprovechando al máximo cada recurso, se pudo operar hernias y lipomas y llevar a cabo curas varias, así como intervenciones odontológicas, ginecológicas y de medicina tropical. Acción médica, sí, pero también “escuchando sus problemas y preocupaciones, conociendo sus realidades”. Pero que nadie piense que una vasca como Myriam se cansa así como así, oigan: esos mismos días se aprovecharon para visitar familias y para desarrollar un programa de payasos para los más peques. El resto del mes, una parte ya más pequeñita del equipo (Myriam, que es enfermera, Débora, también enfermera, y Marta, pastora protestante) se desplazaron al interior, a Ngong y a Evianyong. En Ngong, “me reencontré con Eurampia, responsable de la Iglesia Bautista junto con su marido e hijos. Ella es Agente de Salud y es responsable también del puesto de Salud”. Cuando hablamos de puesto de salud, hagámonos a la idea de que se trata de un modesto espacio con apenas algunos medicamentos básicos y una báscula para bebés, aunque lo más importante es la posibilidad de informar, de asesorar y hasta de animar a los casos más graves a que se desplacen hasta Bata. Allí, no es que las condiciones sean las idóneas, pero hay más opciones de ser atendidos. Otra parte del trabajo de los agentes de salud es informar sobre aspectos básicos de higiene, el primer paso para evitar enfermedades. En Evinayong (que Myriam describe como “un pequeño paraíso en el corazón de África”) trabajaron con los profesores de Talita Cum, dando un pequeño curso de salud pública y de primeros auxilios.
En definitiva, teniendo claro que hace falta involucrar a las propias comunidades en las acciones de promoción, especialmente acciones preventivas. Y teniendo muy claro que nuestra premisa, como occidentales, del funcionamiento de un poblado no necesariamente coincidirá. Líderes locales, como Eurampia, son los que deben ejercer, los que deben finalmente actuar como promotores de una intervención comunitaria. Y todo con el objetivo, en el caso de los agentes de salud, de ser conscientes de algunas acciones y hábitos que facilitan la existencia de algunas enfermedades. Cambios, pues, lentos y nunca, nunca, nunca impuestos, y sí fruto de un proceso de toma de decisiones trabajado con las personas implicadas. Y ahí, pues estaba Myriam. Que volverá, seguro, que aunque en su Basauri lo de la lluvia también sea habitual, como que la guineana se vive de forma diferente, con tantos niños saliendo a por ella en lugar de esconderse.

jueves, 13 de mayo de 2010

¿Otoño?


En un país de verdes explosivos, telas que rebosan vida y una luz que amarillea, naranjea, azuela y embellece, también hay lugar para los ocres, los grises y los colores ténues. En un país de verano perpetuo, estaciones inexistentes (más allá de la división entre épocas secas y lluviosas), también hay lugar para un mosaico otoñal. Sin sus temperaturas, sin sus alfombras de hojas secas, sin sus aterdeceres que invitan a pasear con el cuello del abrigo algo levantado y las manos en los bolsillos, pero con su misma melancolía, sus mismos rincones poéticos y hasta algunas miradas que parecen buscar un ansiado rayo de sol. Miradas ficiticias, claro, ya que no hay guineano que anhele esa calidez. Forma parte de su día a día, vaya.

lunes, 3 de mayo de 2010

Cinco minutos antes

Cinco minutos antes de caer rendido, tu mirada era intensa y curiosa. En la cocina de la escuela pasaste de brazo en brazo, dormiste con una mosquitera algo deshilachada y tu piel se perfumó aún más de ese humo que tanto me molesta y al que vosotros os acostumbráis desde bebés. Cinco minutos antes de caer rendido, tu hermano te transportaba con la impericia de un niño de cinco años pero con la destreza de un hermano mayor. Está habituado, como cualquier hermano mayor guineano. En el momento más dulce eres un niño. En el más duro, también. Eres un niño que va y viene, que recorre caminos, que tendrás una sencilla mochila, un cuaderno que cuidar como si fuera oro y un lapicero que irá desapareciendo bajo las fauces de un afilador. Cinco minutos antes de caer rendido eras un bebé. Pero entrarás rápido, más que en otros países, en la niñez y tu mochila, tu cuaderno y tu lapicero serán tus tesoros, a pesar de la voracidad del afilador.

jueves, 22 de abril de 2010

¿Un Mercedes en caminos de tierra roja?


En Guinea el dibujo de sus arterias de tierra roja se están reconvirtiendo (algunas de ellas) en carreteras. Pero sigue existiendo un tejido de caminos que conectan poblados con el medio de transporte más habitual y básico que existe: caminar. Para nosotros caminar puede ser hasta un deporte o una forma de hacer esos 30 minutos diarios de ejercicio con los que nos taladran a menudo (además de las cinco piezas de fruta, los 30 gramos de frutos secos, el vaso de leche, la copita de vino tinto, el pescado azul, la ración de verduras, los dos litros de agua,...buf!). Incluso puede ser un acto social (o asocial): es decir, pasear (solo o en compañía), ir a ver tiendas, salir al centro a tomar algo, escudriñar las vidas de quienes son cruzamos. Hasta se puede considerar un lujo personal, la posibilidad de contar con un tiempo para uno mismo, para despejar la mente, para planificar nuestra vida perfecta. En Guinea caminar es, ante todo, una necesidad, un hábito, un estilo de vida, y da igual que sea con un machete en la mano, con niño a la espalda, con un barreño lleno de platos o ropa para lavar en el río, con un nkueiñ (cesto de mimbre) lleno de yuca, leña o bananas o con un bidón de petróleo para alimentar los infiernillos en las numerosas zonas sin luz.
Los niños pueden caminar hasta 12 quilómetros para ir a la escuela (hablo de la de Evinayong, Talita Cum) y, especialmente las mujeres, cargar con mucho peso durante los también varios quilómetros que pueden separar una finca de su casa.
Desde la llegada de las carreteras, muchas de estas rutas ya no siguen únicamente esa tierra roja o los enrevesados caminitos (que nada más cruzarlos parecen volver a cerrarse) en la selva. En España una carretera es una vía transitada por muchos vehículos y alguna persona (si hablamos de carreteras secundarias, claro), pero en Guinea una carretera es una vía transitada por muchas personas y algún coche, especialmente los lujosos todoterrenos negros, siempre limpios y con espectaculares focos que, con los cuatro intermitentes encendidos para llamar más la atención, surcan el país a gran, y excesiva, velocidad, tripulados por los llamados "gordos", es decir, los ricos. Otros coches (antiguos utilitarios Toyota que suelen ejercer de taxis en las dos capitales y pick-ups en mejor o peor estado, más bien peor) son los que desafían cualquier ley de la mecánica para seguir rodando a pesar de ser carne de desballestamiento. Esas rancheras suelen convertirse en los llamados "coches de país", una forma de definir un vehículo cargado hasta los topes y con la gente casi enlatada a lo sardina o colgada como un racimo de plátanos por cualquier lugar donde asirse.
En fin, todo este rollo para que se entienda la foto de José Luis Ansema (director de la escuela Talita Cum y pastor de la Iglesia Bautista de Evinayong) con este pedazo de Mercedes plateado que haría las delicias de cualquier coleccionista. El coche es un regalo de alguien muy vinculado al trabajo en Guinea, un enamorado de África (al que no cito para que no se enfade) que prefirió que José Luis tuviera un vehículo propio antes de venderlo. José Luis sufrió en su infancia una poliomelitis, por lo que debe andar con muletas y, aún así, con cierta dificultad. Y recordemos que, en Evinayong, vive a 2,5 quilómetros de la escuela (a paso "normal", media hora. Al suyo, mucho más), aunque en alguna ocasión toma un taxi (si hay y si se lo puede permitir) o se cruza con algún conocido motorizado que le ofrece una plaza en su auto. Pero por más lujoso y especial que sea este Mercedes, no es precisamente el vehículo ideal para un guineano; si debe desplazarse a Bata, por ejemplo, todavía encontrará tramos de pista forestal con tendencia a embarrarse con la lluvia o a atentar contra los bajos de todo coche con total impunidad. La solución, seguramente, pasará por venderlo y comprar algún vehículo más adecuado y que nadie mire como un lujo (aunque, según Sara Marcos, tendríamos que ver las caras de sus vecinos al verlo pasar), como un capricho o como una forma de llamar la atención. Hay que verlo como la oportunidad de facilitar el desplazamiento de alguien con cinco hijas, que dirige una escuela, que pastorea una iglesia (y debe mantener contacto con otras más pequeñitas en poblados de la provincia), que dirige la emisora de radio provincial, que visita a familias en zonas recónditas y que debe ir a Bata (a 160 quilómetros) por temas de salud o de familia.
En Guinea nadie nos preguntará eso tan televisivo de si nos gusta conducir, vaya.

lunes, 12 de abril de 2010

El silencio de Confi



Confi es la mamá de Sola, de Nil, de Mariano y de varios niños más. Confi trabaja cada día en su finca para conseguir comida para su familia. En la escuela Talita Cum de Evinayong es la cocinera, con una habilidad especial para calcular al milímetro la cantidad de arroz o de leche que necesita para cocinar ya sea para 228 o para 247. Ella, lo cuadra. En la iglesia se encarga de la tesorería, de presidir y hasta de traducir del fang al castellano (o al revés). Cuando era una niña le cayó encima un cazo de agua hirviendo, una de esas situaciones que sólo explicarlas ya nos provoca un gesto de sufrimiento. Su mirada suele bajar al suelo rápidamente, aguantando muy poco la del otro, con ese aire de querer salir huyendo que tanto nos caracteriza a los tímidos. No quiere salir en las fotos, pero ante mi habitual insistencia (no se crean, esconderse tras una cámara es otro tic tímido) aceptó. Y su mirada quiso bajar de nuevo. Ser mujer en Guinea no es fácil, ya que carga con la mayoría del trabajo en casa y en la finca, pero tampoco hay que caer en la crítica fácil. De hecho, hay mucho más maltrato (y muertes) del hombre hacia la mujer en países como España que en la cultura fang. Pasa lo mismo con el abandono de niños: en España hay miles de centros de menores. En Guinea, simplemente, no existen los huérfanos ni prácticamente los abandonos, ya que el concepto más extenso de familia (un aspecto cultural, nunca impuesto) lo evita. No obstante, la opinión de la mujer prácticamente no cuenta.
Confi no se ha casado con el padre de sus hijos porque su familia no quiere aceptar a alguien con esas quemaduras. No quieren aceptar a una mujer encantadora, espléndida, que ama a sus hijos con locura, íntegra (el sueldo como cocinera es muy bajo, pero ella es incapaz de llevarse ni una lata de sardinas a su casa) y comprometida. Una de tantas heroínas desde el silencio.

(Texto coescrito por Sara Marcos y Jordi Torrents)

miércoles, 7 de abril de 2010

La mirada de Yuyu

Hay miradas que asustan, que piden, que exploran, que esperan, que se pierden, que encuentran, que nunca saben, que anhelan, que agradecen, que ríen, que parecen llorar, que lloran. La de Yuyu hace todo eso a la vez, mientras se clava, mientras se concentra en un gesto de un niño mayor al de su edad (dos años), mientras da un paseo por el mundo para volver al cabo de un rato. Yuyu tiene claro qué mano le puede ofrecer comida y también la que le puede asir y subirlo a caballito, que desde ahí como que el mar se ve mucho mejor.

martes, 30 de marzo de 2010

Rode, seis pastillas sin llorar ni nada


Hay niños que van a la suya, niños que parecen tener gemelos con un constante movimiento, otros que son pura discreción, el silencio hecho persona bajita. Y, después, está Rode. Está sin que parezca estar; participa sin ser la primera en tomar la iniciativa; sonríe sin que nadie la haga reír; muestra un aire triste sin que, aparentemente, pase nada. Rode es de esas niñas que llaman la atención sin tener clara una razón. Rode, pues, se hace querer. Cuando nos fuimos de Guinea, la última imagen que tuvimos de ella fue entrando en el precario hospital de Bata, para unas pruebas que debían clarificar si sufría una tuberculosis o un cáncer. Ella, ajena al asunto salvo por un persistente y molesto pecho cargado, seguía tan feliz, pero sus padres y Sara agotaban los recursos para saber qué pasaba. Al final, estuvo ingresada una semana en La Paz (hospital privado, y caro, en Bata), sin tener que pagar nada más que los análisis y las pruebas. Incluso desde España (donde se enviaron los informes) confirmaron el diagnóstico: tuberculosis. Y, lo mejor de todo, ausencia de cualquier otro mal. Rode lleva ya unos días con el tratamiento adecuado. Rode sigue estando sin parecerlo. Rode sigue riendo sin motivo aparente. Rode sigue haciéndose querer. Y, hace poquito, pudo ver la llegada de su nueva hermanita (Rita), la quinta de la familia. Al tener menos de ocho años (tiene cinco) no hay riesgo de que contagie la enfermedad a nadie y lo único que debe hacer es tomarse seis pastillas (algo que parece fácil, pero que a ella siempre le ha costado) sin llorar ni nada, que para algo se va haciendo mayor. Menuda ella.