jueves, 22 de abril de 2010

¿Un Mercedes en caminos de tierra roja?


En Guinea el dibujo de sus arterias de tierra roja se están reconvirtiendo (algunas de ellas) en carreteras. Pero sigue existiendo un tejido de caminos que conectan poblados con el medio de transporte más habitual y básico que existe: caminar. Para nosotros caminar puede ser hasta un deporte o una forma de hacer esos 30 minutos diarios de ejercicio con los que nos taladran a menudo (además de las cinco piezas de fruta, los 30 gramos de frutos secos, el vaso de leche, la copita de vino tinto, el pescado azul, la ración de verduras, los dos litros de agua,...buf!). Incluso puede ser un acto social (o asocial): es decir, pasear (solo o en compañía), ir a ver tiendas, salir al centro a tomar algo, escudriñar las vidas de quienes son cruzamos. Hasta se puede considerar un lujo personal, la posibilidad de contar con un tiempo para uno mismo, para despejar la mente, para planificar nuestra vida perfecta. En Guinea caminar es, ante todo, una necesidad, un hábito, un estilo de vida, y da igual que sea con un machete en la mano, con niño a la espalda, con un barreño lleno de platos o ropa para lavar en el río, con un nkueiñ (cesto de mimbre) lleno de yuca, leña o bananas o con un bidón de petróleo para alimentar los infiernillos en las numerosas zonas sin luz.
Los niños pueden caminar hasta 12 quilómetros para ir a la escuela (hablo de la de Evinayong, Talita Cum) y, especialmente las mujeres, cargar con mucho peso durante los también varios quilómetros que pueden separar una finca de su casa.
Desde la llegada de las carreteras, muchas de estas rutas ya no siguen únicamente esa tierra roja o los enrevesados caminitos (que nada más cruzarlos parecen volver a cerrarse) en la selva. En España una carretera es una vía transitada por muchos vehículos y alguna persona (si hablamos de carreteras secundarias, claro), pero en Guinea una carretera es una vía transitada por muchas personas y algún coche, especialmente los lujosos todoterrenos negros, siempre limpios y con espectaculares focos que, con los cuatro intermitentes encendidos para llamar más la atención, surcan el país a gran, y excesiva, velocidad, tripulados por los llamados "gordos", es decir, los ricos. Otros coches (antiguos utilitarios Toyota que suelen ejercer de taxis en las dos capitales y pick-ups en mejor o peor estado, más bien peor) son los que desafían cualquier ley de la mecánica para seguir rodando a pesar de ser carne de desballestamiento. Esas rancheras suelen convertirse en los llamados "coches de país", una forma de definir un vehículo cargado hasta los topes y con la gente casi enlatada a lo sardina o colgada como un racimo de plátanos por cualquier lugar donde asirse.
En fin, todo este rollo para que se entienda la foto de José Luis Ansema (director de la escuela Talita Cum y pastor de la Iglesia Bautista de Evinayong) con este pedazo de Mercedes plateado que haría las delicias de cualquier coleccionista. El coche es un regalo de alguien muy vinculado al trabajo en Guinea, un enamorado de África (al que no cito para que no se enfade) que prefirió que José Luis tuviera un vehículo propio antes de venderlo. José Luis sufrió en su infancia una poliomelitis, por lo que debe andar con muletas y, aún así, con cierta dificultad. Y recordemos que, en Evinayong, vive a 2,5 quilómetros de la escuela (a paso "normal", media hora. Al suyo, mucho más), aunque en alguna ocasión toma un taxi (si hay y si se lo puede permitir) o se cruza con algún conocido motorizado que le ofrece una plaza en su auto. Pero por más lujoso y especial que sea este Mercedes, no es precisamente el vehículo ideal para un guineano; si debe desplazarse a Bata, por ejemplo, todavía encontrará tramos de pista forestal con tendencia a embarrarse con la lluvia o a atentar contra los bajos de todo coche con total impunidad. La solución, seguramente, pasará por venderlo y comprar algún vehículo más adecuado y que nadie mire como un lujo (aunque, según Sara Marcos, tendríamos que ver las caras de sus vecinos al verlo pasar), como un capricho o como una forma de llamar la atención. Hay que verlo como la oportunidad de facilitar el desplazamiento de alguien con cinco hijas, que dirige una escuela, que pastorea una iglesia (y debe mantener contacto con otras más pequeñitas en poblados de la provincia), que dirige la emisora de radio provincial, que visita a familias en zonas recónditas y que debe ir a Bata (a 160 quilómetros) por temas de salud o de familia.
En Guinea nadie nos preguntará eso tan televisivo de si nos gusta conducir, vaya.

lunes, 12 de abril de 2010

El silencio de Confi



Confi es la mamá de Sola, de Nil, de Mariano y de varios niños más. Confi trabaja cada día en su finca para conseguir comida para su familia. En la escuela Talita Cum de Evinayong es la cocinera, con una habilidad especial para calcular al milímetro la cantidad de arroz o de leche que necesita para cocinar ya sea para 228 o para 247. Ella, lo cuadra. En la iglesia se encarga de la tesorería, de presidir y hasta de traducir del fang al castellano (o al revés). Cuando era una niña le cayó encima un cazo de agua hirviendo, una de esas situaciones que sólo explicarlas ya nos provoca un gesto de sufrimiento. Su mirada suele bajar al suelo rápidamente, aguantando muy poco la del otro, con ese aire de querer salir huyendo que tanto nos caracteriza a los tímidos. No quiere salir en las fotos, pero ante mi habitual insistencia (no se crean, esconderse tras una cámara es otro tic tímido) aceptó. Y su mirada quiso bajar de nuevo. Ser mujer en Guinea no es fácil, ya que carga con la mayoría del trabajo en casa y en la finca, pero tampoco hay que caer en la crítica fácil. De hecho, hay mucho más maltrato (y muertes) del hombre hacia la mujer en países como España que en la cultura fang. Pasa lo mismo con el abandono de niños: en España hay miles de centros de menores. En Guinea, simplemente, no existen los huérfanos ni prácticamente los abandonos, ya que el concepto más extenso de familia (un aspecto cultural, nunca impuesto) lo evita. No obstante, la opinión de la mujer prácticamente no cuenta.
Confi no se ha casado con el padre de sus hijos porque su familia no quiere aceptar a alguien con esas quemaduras. No quieren aceptar a una mujer encantadora, espléndida, que ama a sus hijos con locura, íntegra (el sueldo como cocinera es muy bajo, pero ella es incapaz de llevarse ni una lata de sardinas a su casa) y comprometida. Una de tantas heroínas desde el silencio.

(Texto coescrito por Sara Marcos y Jordi Torrents)

miércoles, 7 de abril de 2010

La mirada de Yuyu

Hay miradas que asustan, que piden, que exploran, que esperan, que se pierden, que encuentran, que nunca saben, que anhelan, que agradecen, que ríen, que parecen llorar, que lloran. La de Yuyu hace todo eso a la vez, mientras se clava, mientras se concentra en un gesto de un niño mayor al de su edad (dos años), mientras da un paseo por el mundo para volver al cabo de un rato. Yuyu tiene claro qué mano le puede ofrecer comida y también la que le puede asir y subirlo a caballito, que desde ahí como que el mar se ve mucho mejor.