miércoles, 29 de septiembre de 2010

Amor


El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece; no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor nunca deja de ser.

lunes, 27 de septiembre de 2010

Mapas en movimiento



Una especie de gran alfombra de asfalto se ha ido desenrollando en los últimos años desde Bata hasta el interior de la zona continental de Guinea, vertebrando a su paso un país, conectando pueblos y poblados que estaban unidos por tímidos caminos de tierra roja. Concentraciones de casas con aspiración a ciudad (Niefang, Evinayong, Mongomo,…) han visto como esa tímida telaraña se ha ido tejiendo, redibujando paisajes, redefiniendo un mapa que pocos han visto. En puntos intermedios entre esas ciudades, por eso, ese asfalto no equivale todavía a demasiado, únicamente al aumento de la velocidad de los coches y furgonetas que atraviesan el país, que van hacia Camerún, hacia Gabón o hacia ninguna parte. Poblados como Engong han cambiado hasta su posición en el mapa: casas que originalmente se encontraban en mitad de la selva, al abrigo del parque del Monte Alen, cercanas a fincas en claros que parecen imposibles entre tanta maleza, han sufrido una extraña mutación. La carretera las ha obligado, casi, a desplazarse, a buscar la alfombra de asfalto que promete progreso, amaga pequeños negocios de venta en la calle y perpetúa parte de su silencio. Los más jóvenes han ido desplazando ese dibujo, ese grupo de viviendas hacia ella. Mientras, los más ancianos, permanecen en una parte del pueblo aislada, agazapada en la selva y sin carretera que la cruce. Algunos pueblos mueren (en el llamado interior del interior, la diáspora es un goteo incesante, como en Movun) y otros se transforman. Quizá sirva para ese progreso, para esos negocios, pero de momento sólo se nota en eso, en la mayor velocidad de esos que van de Bata a Mongomo, y casi sin mirar a los lados.

miércoles, 22 de septiembre de 2010

¿Crisis?

Si un guineano te dice que no entiende por qué en Europa hablan de crisis, tienes un problema. El director de la escuela Talita Cum y pastor de la iglesia bautista de Evinayong, José Luís Ansema Abaga, estuvo en España durante un par de meses, y cuando regresó me formuló la temida pregunta, con los ojos abiertos y la sorpresa de quién ha visto lo que, supuestamente, es un momento difícil para los europeos: "Dicen que en España tenéis crisis", dijo, "pero he estado en casas con luz, agua, comida y neveras. Y la mayoría de familias tienen coche, y casa, y trabajo". Mis intentos derivaron hacia una explicación basada en cuestiones estructurales, de couyntura, de un paro que pasa del 8% al 20%, del estancamiento de algunos sectores, de la competencia de otros mercados, de la burbuja inmobiliaria, del cierre del grifo de los préstamos por un mal uso y un peor abuso, de... "Ya", insistió, "¿pero éso es vivir una crisis?". Los estados africanos llevan, de media, medio siglo de independencia (Guinea Ecuatorial, 42), pero de los 32 países más pobres del planeta, 30 son del continente negro. ¿Crisis? La crisis tiene que ver con una identidad maltratada durante siglos (tanto por el colonialismo y la esclavitud, como por muchos gobiernos africanos que han perpetuado el estancamiento de su pueblo) y con la falta de una verdadera economía de mercado. El tópico habla del guineano como de alguien poco emprendedor, sin iniciativa, y que se limita a una subsistencia diaria para ser feliz. Eso tendrá su parte positiva, pero también es cierto que en Guinea cada día se organiza un gran mercado al aire libre, sin organización, sin pensar en que alguien se puede especializar en algo para generar un producto o un servicio, para generar riqueza. La base sigue pasando por mejorar la educación (un mal endémico en Guinea, aunque con atisbos de esperanza) y por entender que podemos estar inmersos en una crisis financiera y de confianza en el mercado, pero que unos quilómetros más al sur todavía hay millones de personas que tienen que vivir con menos de 1,25 dólares diarios, eso que llamamos el umbral de la pobreza extrema. Pero ellos no saben qué es una crisis, nunca han tenido que perder tanto como para caer en una. El futuro pasa no por dar (¡ojo al concepto equivocado de algunas ONG, que con una buena voluntad que puede ser paternalista no basta!), y sí por formar, educar, crear cooperativas, aprovechar el distinto potencial de cada persona, mover una economía estancada casi en el trueque, dar esperanza.

miércoles, 15 de septiembre de 2010

De aulas y barracones


Rebasado el largo y cálido verano (lo de largo, claro, para los niños) me encuentro, como cada curso, con las mismas quejas ante la habitual y ya clásica presencia de los llamados barracones (hay quien intentó redefinirlo como módulos, pero no triunfó), una muestra de la supuesta falta de previsión, de la dejadez del gobierno de turno (da igual el color) o de la lentitud de unas obras que ya deberían estar acabadas, que para eso pagamos nuestros impuestos y que nuestros hijos no pueden ser educados en esas condiciones infrahumanas y el habitual bla, bla, bla que acabará llevándose el viento. Lo dicho, un clásico post-vacacional. Ante ello, decidí proponer algo sencillo: alquilar una flotilla de helicópteros y enganchar en ellos algunos de esos módulos infrahumanos (con su aire acondicionado, sus perchas, sus pupitres nuevos, su pizarra y su cualquier cosa que suene a clase) para depositarlos (por poner un ejemplo cualquiera, así a bote pronto) en Misong-Minvi, en ese terreno de Evianyong que alberga la escuela bautista Talita Cum. Pero desistí cuando comprobé que Talita Cum sigue siendo la escuela más bonita del mundo, recién pintada este verano (por un grupo de voluntarios de Pasión por las Naciones) y con una nueva aula central (la de la foto)que se añade a las existentes, insuficientes para acoger a los 220 alumnos que hay desde pre-escolar hasta sexto. Gracias Sara.

miércoles, 8 de septiembre de 2010

Hace un año...


Me siento mal cuando el ocio me apabulla, cuando la sensación de no querer hacer nada toma el control. Por la mañana, la cama tiene esa extraña habilidad de engullir mi cuerpo, mientras mi mente intenta resituarse (no sé si le pasa a todo el mundo, pero hasta que no caigo dónde estoy y qué debo hacer pasa un buen rato). Pero hoy he recordado que hace un año estábamos a punto de viajar hacia Guinea Ecuatorial para vivir cuatro intensos meses de trabajo, de vida, de vínculo. Hace un año sentía el cosquilleo de tener en mis manos un visado (que tardó, y tardó, y tardó en llegar), un simple papel que nos permitía entrar. Pero entrar es más que visitar, más que conocer, más que ayudar, más que dar forma a un proyecto. Entrar fue encontrar una segunda casa: Evinayong, para mí, ya lo es. Estos días veo fotos de gente que ha estado allí este verano (y que, por cierto, han dejado la escuela tan limpia y bien pintada que parece otra) y veo rostros conocidos. Y veo un paisaje que integré como propio. Y veo una cocina, un comedor, una casa en la que reconozco un póster de África que dejamos a Sara y hasta un hule de mesa que olía a hogar. Me siento mal cuando tengo ganas de espachurrarme en el sofá, de navegar por el Facebook o de ver la tele y no pensar. Y más cuando en Guinea esas tentaciones quedaban minimizadas por la falta de tele y el contacto más que esporádico con eso de internet (sí, eso que nos ha cambiado la vida, eso sin lo que no podemos vivir, y eso que cuando no tienes te das cuenta que tampoco es tan necesario). Hace un año el aire olía a yuca fermentada, a verde selva y a niebla que va rodeando Evinayong hasta acunarla. Hace un año los pies de 200 niños se llenaban de barro al entrar en la escuela después de un tormentón de los buenos, de los que llenan bidones y regalan vida. Hace un año.