sábado, 24 de octubre de 2009

Retratos (7)


Nil, también conocido como el Iniesta guineano.

    Semana 5. Escuela (+ fotos)






      Semana 5. Escuela






      El tiempo permite analizar aquello vivido con una cierta perspectiva, y es por eso que, por primera vez en el blog, explicaré con algo de detalle nuestro trabajo principal en Guinea, el que desarrollamos en la escuela bautista Talita Cum de Evinayong. Primero, para sacármelo de encima, las cifras: dos cursos de pre-escolar y seis de primaria, con sus ocho profesores más dos de refuerzo. Alumnos, unos 250.
      Tema zanjado, vayamos a describir: la escuela, verde rosada como un pastel de cumpleaños, es un enjambre presidido por un bullicio que, de repente, se calma, desaparece cuando cada clase inicia su actividad. En pre-escolar, el día transcurre fragmentado con actividades que no se alargan más de treinta minutos para mantener la atención de unos pequeños personajes que quieren emprender muchas actividades, probar los límites y la paciencia de los adultos y crear pequeños mundos al lado de otros pequeños mundos. Canciones que hablan de patos, de números, de leche y bocadillo, de lavar las manitas y de descansar son juego, consigna, hábito y aprendizaje al mismo tiempo. Esos pequeños seres tienen entre tres y seis años, unos hábitos por consolidar y una mirada que investiga y escudriña, más que centrarse en una simple pizarra. Lydia se está encargando (entre otros varios menesteres que van desde el bricolaje hasta la cura de las habituales heridas en niños descalzos que desafían los embarrados suelos) de coordinar la matriculación del centro (es un proceso abierto durante todo el año, aunque hay que ser inflexible e ir cerrando cursos al llegar a los 30 alumnos) y de asesorar a las maestras de pre-escolar (Patrocinia, Madrona y Francisca). En primaria es donde entramos Nil y yo. En el caso de Nil, como alumno de tercer curso. Algún avispado familiar o amigo se preguntará el motivo por el que Nil no asista a quinto, el nivel que estaría empezando en Terrassa. Pues por una sencilla razón: en las escuelas guineanas los alumnos no se agrupan tanto por edad, si no por nivel, por lo que en quinto la mayoría de los chicos y chicas tienen entre 12 y 16 años, algo creciditos para los 9 de Nil. Para encontrar a personal de su edad (y su tamaño), pues, tuvimos que retroceder hasta tercero, donde Nil ya se ha adaptado hasta tal punto que ha iniciado una de sus actividades favoritas en clase: hablar. Hablar con otros niños (Antonio, Santiago y Silvana son sus cómplices favoritos), claro. Nil ya chapotea en ese barro omnipresente, ya come los sabrosos bollos que se venden en una casa cerca de la escuela, ya fabrica una de las escobillas con las que se limpia el sufrido suelo del centro, se patea en varias ocasiones la larga ruta entre nuestra casa (la de Sara, vaya) y el colegio, y algunos compañeros ya le dicen que actúa como un verdadero guineano. En mi caso, el trabajo se basa en ofrecer un curso de formación a los profesores (con dos sesiones semanales) con temas sobre didáctica, currículum, modelos de enseñanza y todas esas cosas tan pedagógicas que, para vuestro alivio, no voy a detallar. Más allá de esas dos sesiones, mi tarea consiste en ir pasando por las diferentes clases para llevar a cabo un trabajo directo con cada profesor, con la realidad y la necesidad de cada nivel (esa realidad tan heterogenea que comenté antes hace que en primaria asistan desde niños de siete años hasta jóvenes de incluso 21). Con los alumnos, nuestro trabajo directo es mucho menor, ya que priorizamos que sean los propios maestros (ninguno de ellos ha podido estudiar en la universidad, por lo que la necesidad de formación continua es acuciante) los que sean referentes para los chicos y chicas. A pesar de eso, hay que reforzar algunas necesidades evidentes, lo que obliga también a trabajar con los jóvenes; así, me encargo de dar clases de lectoescritura (aprender a leer y escribir, vaya) a cuatro alumnos de segundo curso que no saben leer prácticamente nada y que no pueden, por tanto, seguir el ritmo de los demás. Otro refuerzo, lo llevo a cabo con un alumno de sexto curso, Néstor, que acaba de llegar de Gabón y que no habla ni pizca de español, ya que su lengua habitual es el francés. Eso sí, habla fang, lo que facilita que se pueda comunicar con compañeros y profesores (el idioma vehicular, por ley, en las escuelas debe ser el español, con una clara marginación del fang, una lengua que es la base de la cultura de más del 80% de guinenanos, además de muchos miles de habitantes de Camerún y Gabón). Un tercer apartado concreto con alumnos pasa por ayudar a los maestros acerca de cómo trabajar con algunos alumnos que presentan algún tipo de discapacidad, ya sea física o intelectual (en futuras entradas del blog os presentaré a Gertrudis). A cambio, y no es un tópico, aprendo, aprendemos, vivimos y convivimos en otra cultura, otro país, otro mundo. Y eso, como que es una gozada.

        Semana 5. Esperanza de vida...


        "Aquí, cuando pasas de los 40 es que tu vida está llegando al final". Cuando oí esto, me sonó a frase extraña, hasta que en un libro busqué ese dato a menudo tan olvidado como es el de la esperanza de vida. En Guinea está algo por encima de los 50 años. Por eso a los 16 son madres. Por eso a los 25 tienen, más que familia, un equipo de fútbol entero en casa. Por eso a los 40 piensan más en el declive que en un futuro. Por eso ser anciano en Guinea (los hay) equivale a respeto. Por eso, y en África más que en otro sitio, cumplir años moldea una verdadera esperanza. De vida.
        En año y medio cumpliré mis 40. Intentaré no revelar demasiado ese dato; no quiero que nadie piense en mi declive.

          viernes, 23 de octubre de 2009

          Escala de grises en el mar de Bata



            Retratos (6)


            Rebeca. Una de las nuevas hermanas de Nil, claro.

              Semana 5. Yuca...



              Hace (más de) un mes que llegamos y el aire sigue oliendo a yuca fermentada y la ropa a….a África, un olor para el que sigo buscando una definición lo más exacta y lo menos pedante posible. La yuca no tan sólo emana de las cocinas y de los improvisados puestos en la calle; las mujeres, con su nkué (una cesta de mimbre fabricada de forma artesanal) en la cabeza, conforman el medio de transporte más habitual de este tubérculo por toda la ciudad.

                Semana 5. Blancos (22 de octubre)




                Pasear por un barrio, una ciudad, un país que no es el propio te hace siempre sentirte entre intruso y turista, con ese punto de emoción de recorrer calles que no integran tu imaginario habitual, tu hábito, tu deambular ya sólo pendiente de trenzar pensamientos. Bata, poco a poco, se va convirtiendo en eso que los cursis y los redactores de folletos turísticos (pienso en clave barcelonesa, claro, ya que aquí nadie elabora nada parecido) llaman “un crisol de culturas”, con la presencia de libaneses, chinos, cameruneses, malís y, muy pocos, españoles. Estos, en su mayoría, se instalan en alguno de los pocos hoteles de la ciudad y alquilan un todoterreno donde montarán vestidos (¿disfrazados?) con ropa que recuerda a la de un safari. Visitan Guinea y hasta se acercan a alguna “casa típica” para tener las fotos de rigor ante ellas o rodearse de niños y mujeres, pero nunca darán el paso de conocer, de compartir o de vivir EN Guinea. Un blanco, pues, perdido por las calles de Bata ya prácticamente no provoca ningún tipo de sorpresa entre los guineanos. Pero en Evinayong, en el interior, la cosa cambia. Aquí, ser blanco no es un rasgo distintivo: es un acontecimiento, que crece de forma exponencial en el caso de Nil. Un niño blanco. Casi un marciano, vaya. Las primeras miradas minuciosas de los ancianos, las curiosas y risueñas de los niños y las inquisidoras de algún militar con típico traje de camuflaje (en el paisaje más camuflado del mundo) se han ido transformando con los días, se han moldeado con manos de artesano hasta convertirse en un hábito. Dejamos de ser marcianos verdes, de rostro ovalado y antenas para ser, simplemente, marcianos, pero sin importar ya el color. No suelo asociar a mi realidad el concepto de blanco y nunca pensé en términos como caucásico (que me sigue sonando a descripción de un sospechoso en un capítulo de Starsky & Huch) y, mucho menos, ario (eso sí que recuerda a episodios históricos de infausta memoria) o pálido (aunque conlleva reminiscencias de tarde de western con bocata de Nocilla, eso sí). Somos, sencillamente, blancos en una tierra donde el negro toma tonos de ébano y de chocolate o se matiza con esbozos más mulatos. Fang (la gran mayoría), ndowé o bubis, algunos de los matices entre los matices.

                  Semana 4. Entierro...






                  La muerte de un jefe de tribu se convierte en un acto social que puede durar hasta dos días. Amigos y familiares pasan toda la noche velando un ataud sencillo, de madera, en la propia casa del fallecido. Junto al cuerpo depositan algunas de sus ropas. En procesión, marchan a pie hacia un pequeño cementerio al lado de una carretera. A primera vista, ahí no hay más que selva, pero un par de columnas trenzadas con hojas de palma anuncia la entrada de un camposanto entre la vegetación, donde modestas cruces elaboradas con caña y hierbas conviven con otras de cemento y azulejo. La ceremoniosidad y seriedad del momento es total, aunque también la presencia constante de canciones plagadas de alegría y de esperanza, de fe. Algunos hombres han dedicado la mañana a preparar cemento para, en el momento del entierro, poder cavar una fosa, depositar el ataud y rellenarla, adecentarla.

                    Semana 4. Hace un mes (18 de octubre)

                    Hace un mes que llegamos. La nueva terminal del aeropuerto de Barcelona y el de Frankfurt, todo orden y pulcritud, se me antojan ahora como una imagen lejana, algo empañada, difusa, extraña, como perdida en la memoria. Por uno de esos caprichos llamados escalas, tuvimos que volar hacia el norte para enfilar camino al sur. Hace un mes que llegamos y los ojos ya casi se han acostumbrado al exceso de luz y a la lluvia diaria que tiñe de gris el lienzo del paisaje. Hace un mes que llegamos y la leche en polvo sabe riquísima. Hace un mes que llegamos, y doblar una mosquitera, ir a buscar agua al manantial, caminar con las botas embarradas, alumbrarse con un quinqué y saludar levantando las dos manos son ya casi unos hábitos de los de toda la vida.
                    Octubre, como el del coronel sobre el que escribiera García Márquez, llegó como de costumbre. Nuestro primer cambio de mes. Nuestra primera hoja arrancada, preludio de una estancia que estamos consiguiendo prolongar gracias a las arduas negociaciones de Sara, habituada a moverse por ministerios y consulados.

                      Semana 4. De vuelta a Evinayong (13 de octubre)






                      Pasado el tiempo de la lluvia, que limpia el aire y desvanece el bochorno, los lagartos vuelven a erguir sus cabezas y a correr a toda velocidad, como huyendo nunca saben de qué. El día queda sesgado y un par de coches al borde de la carretera, ya abandonados tras algún frenazo a destiempo entre Mongó y Niefang, sirven de cobijo a esos mismos lagartos que buscan el calor metálico, mientras la selva, hambrienta, inicia sus pausados movimientos, como los de una planta carnívora que, de repente, se cerrará para devorar a su presa. La niebla, cuando el día se desvanece, se va dibujando en el perfil del monte Alen y lo difumina con suavidad y textura casi de algodón. Detenemos nuestro trayecto en Engong, donde Eurampia ya hace una hora que, como bienvenida, cocina yuca y una gallina de carne difícil para nosotros. Imposible negarse. La conversación en una cocina guineana, siempre en una cabaña fuera de la casa, obliga a entrecerrar los ojos para disipar ese permanente humo del fuego a tierra y de los secaderos de chicharro, carne o cacahuetes. Los guineanos nacen y crecen en esas cocinas, ahumando su costumbre, como el pequeño, aún sin nombre –algo impensable para quienes redactamos listados y consultamos libros de cubierta barroca antes de escoger el de nuestros hijos– de Confi, al que conocemos dormido, imperturbable, ya en Evinayong.
                      La ciudad nos recibe ya teñida de negra. Y sin luz. Sin el ronroneo de dragón de la central eléctrica. Con algunas sombras intuidas al borde de las calles, unas no aceras en proceso de llegar a serlo, con la sensación de que alguien debe haber apagado el mundo para que pensemos en algo, para que recordemos de memoria –y al tacto, dolorosamente sensible, de rodillas y tobillos– cada rincón de la casa mientras descargamos maletas, bolsas con comida, material para la escuela y el ansiado infiernillo de petróleo que deberá suplir el más que posible fin de nuestra bombona de gas. La lluvia vuelve por sorpresa, haciendo de las suyas, tejiendo algo más ese fino telón que desdibuja la ciudad para que, por la mañana, la encontremos con los colores recién lavados y con regueros de agua todavía apartando esas últimas motas de polvo como las que toda madre se afana en combatir con la punta de los dedos en un día de visitas. Estamos en casa.

                        martes, 13 de octubre de 2009

                        ¡Vecino!


                        Hoy partimos de nuevo hacia el interior, a Evinayong. Pero antes quiero presentaros a nuestro particular vecino en Bata, el primer chimpancé que no veo vestido de astronauta en alguna película, disfrazado con tejanos y camisa a cuadros en una postal de Anne Geddes o tras los barrotes de un zoológico. O sea, un chimpancé feliz.
                        Por cierto, ¡gracias a todos los que habéis entrado en el blog y dejado vuestros comentarios!

                          lunes, 12 de octubre de 2009

                          Playa en ciudad tomada







                          Cantaban Nacho Vegas y Cristina Rosenvinge en su apabullante Verano fatal que "viene el presidente y dice que nos va salvar". Hoy, 12 de octubre, Bata ha sido una ciudad tomada. Que nadie se asuste. Guinea Ecuatorial celebra el 41 aniversario de su independencia de España (firmada, por cierto, desde el régimen franquista por el actual demócrata Fraga "la calle es mía" Iribarne) después de pasar dos siglos "bajo la dominación colonial", tal como reza su himno. En una jornada festiva, pues, nuestro objetivo era pasar el día en la playa de Mokurasi, un enclave casi siempre vacío y al que espero que nunca clave sus zarpas alguno de esos empresarios que moldean esos monstruos clónicos, esas puntacanas, rivieramayas y marinadors que parcelan hasta el último rincón de arena. Pero Bata ha sido una ciudad tomada: tanques y helicópteros destinados al habitual desfile han provocado el corte de varias calles, por lo que hemos desistido del intento de conducir hasta Mokurasi y hemos optado por andar playa a través (digo yo que eso se podrá hacer, como en el campo) para regalarnos una mañana plagada de risas, niños adueñándose de las olas, cangrejos transparentes, los clásicos castillitos y un horizonte que desafía las habilidades de cualquier pintor para plasmar tantos matices de blancos, azules y grises.

                            Bautismos en Bata (segunda entrega)





                            Retratos (5)


                            Raquel.Sin quesito y sin Nil.

                              Retratos (4)


                              Nil, Raquel y un quesito. Raquel acaba de cumplir tres años y sigue practicando cómo situar los tres dedos que lo acrediten ante la habitual pregunta a los niños sobre la edad. Raquel te mira fijamente, esboza una sonrisa y busca la complicidad de sus hermanas. En una sabia decisión, ha adoptado a Nil como hermano mayor. Y Nil, tan contento.

                                Bautismos y laberintos







                                El rumor del oleaje forma parte del paisaje sonoro en Bata. Después de tres semanas en el interior, en Evinayong (donde volveremos el martes para continuar el trabajo en la escuela), la capital continental nos recibe con su peculiar banda sonora, plagada de música, cláxons y un bullicio que todo buen urbanita necesita como el respirar. El oleaje acaricia ahora las primeras horas de la madrugada, las que dedico a actualizar el blog. A pesar de unos misteriorsos insectos (medio larvas, medio abejas) que no cesan de caer (ya moribundas, se desploman) del techo de la casa, consigo centrarme gracias al rumor de ese océano que hoy ha acogido los primeros bautismos de la iglesia bautista en Guinea. Ni el curioso miedo que buena parte de los guineanos tienen a meterse en el mar (lo suyo son los ríos) ha podido con ese afán de hacer pública su fe. Un día de pura paz. Un día blanco, con un deje de azul y poco más, que contrasta con la jornada del sábado, dedicada a perdernos por los laberínticos callejones que se escabullen desde las calles principales de Bata. Allí aflora un mercado sin fin, una telaraña estrecha, ahora oscura, ahora iluminada por la luz que consigue colarse por esa tupida red. Compramos relojes para la escuela, un infiernillo de petróleo para poder cocinar en Evinayong (el país está sin gas, y el poco que hay llega de Camerún a precios prohibitivos), comida, un calentador de agua para Sara y algo de ropa.

                                  viernes, 9 de octubre de 2009

                                  Semana 3 en Evinayong. Consejo de pedagogo...




                                  Un gran consejo de pedagogo: si trabajáis con niños, nunca, nunca, nunca, nunca, permitáis que uno de ellos sea vuestro favorito. Se notará. Lo notarán. Y eso provoca acciones parciales y, en ocasiones, no del todo justas. Lo habéis adivinado, esta niña de la foto es mi favorita (y la de Lydia, coincidencias de esas que pasan por la calle y deciden entrar a tomar café): Teresa. O Sola, que los niños guineanos tienen todos dos nombres (o hasta tres: el español, el fang y un sobrenombre que se usa en el entorno familiar). Sola tiene tres años y todavía confunde el color rojo y el azul. Pero eso me da igual. Sola está rodeada de hermanos (varones, por eso la llaman Sola) en una casa donde conviven hasta 18 personas. A sus tres añitos, baila que da gusto para alguien con una cintura tan negada como la mía. Y a sus tres años sabe como camelar y ganarse a cualquiera. Pero repito: nunca, nunca, nunca, permitáis que un niño sea vuestro favorito. Faltaría más. Consejo de pedagogo.