martes, 26 de octubre de 2010

Minutos escasos, bizarros y traviesos

La transición entre el día y la noche en el ecuador de África es un abrir y cerrar de ojos, un cambio casi de bombilla (como cuando en los dibujos animados el sol va a toda pastilla bostezando y aparece una luna medio melón con cara de bonachona). Pero lo parece, ya que siempre hay unos minutos (escasos, bizarros y con vocación traviesa) en los que el cielo regala una paleta cromática que más de uno querría para repintar el piso. Sé que he hablado muchas (¿demasiadas?) veces de la luz y del color en Guinea, pero es que uno es de ciudad de cielo gris y adoquines (bueno, ya casi todo asfalto) negruzcos. Esta transición te puede pillar despistado, aunque en un país sin estaciones como las nuestras (o es seca o es de lluvias, pero el frío no existe casi en el diccionario guineano), es fácil hasta saber la hora. Al final, la cámara a punto y una ráfaga de disparos para asegurar que se puedan captar las varias tonalidades. Y casi lo consigo, que al ver la foto estoy seguro que algún color (también escaso, bizarro y travieso) me esquivó como con ganas de jugar.

martes, 19 de octubre de 2010

Ingenieros




Puentes, cañones, ríos, valles, desfiladeros, montañas. Con un par de palos (pero de los buenos y seleccionados, no el primero que uno encuentra en una cuneta), agua y una zona de trabajo, todo equipo de ingenieros aspira a desarrollar un proyecto que  necesita partir de un buen acuerdo entre los profesionales. En este caso, Castro y Nil eran los profesionales, dos personajillos con capacidad para demostrar que se puede pasar una tarde lejos de los cantos de sirena de una Play o de las series y dibujos que, ya en non stop, pueblan teles varias. Castro y Nil se convirtieron en dos ingenieros gigantes, dos Gullivers del manejo de tierras para transformar un cacho de terreno en una obra de ingeniería. Y de creatividad, la base del juego de todo niño guinenano que se precie.

lunes, 11 de octubre de 2010

Quedar a la hora "de comer"

Mi concepto habitual de "quedar" con alguien pasa por concertar, de una forma más o menos informal, un encuentro. Y suele ser ante un café, un bocata de esos de media mañana o, directamente, un menú de los de 9,95 (cada vez menos), camarero desganado y café en lugar de postre. Quien me conoce sabe que suelo meter la pata, pero sin mala intención, con la misma facilidad que suelo romper cosas o tropezar con ellas. Un día el director de la escuela me comentó que podíamos intercambiar opiniones e información sobre los maestros, los niños y el funcionamiento de Talita Cum. "¿A qué hora quedamos?", le dije. Su "Bueeeeno..." algo arrastrado no me servía de mucho, así que solté un típico "Podemos quedar a la hora de comer". Eso no es una hora, pero siempre presupone un margen a partir del cual negociar. José Luís (aunque él prefiere Ansema, su nombre fang) me dijo que, de hecho, ese día (y eran las siete de la tarde) todavía no había comido, pero que pensaba hacerlo al llegar a casa por la noche. En Guinea, pues, descubrí que lo de quedar para comer no es una buena idea. La comida, de entrada (y especialmente en el interior, donde es más difícil, casi imposible, tener alimento congelado por la falta de luz) adquiere un carácter inmediato, diario, de subsistencia basada en lo que se recolecte en las fincas (quien tenga) o se compre en la calle o en alguna abacería. Y teniendo en cuenta que no hablamos del surtido, variedad y cantidad que forma parte de nuestra realidad, en esos supermercados abarrotados y de pasillos tan largos que hasta dan pereza. En Guinea se come cuando se puede y no siempre con la calidad necesaria (sí, hay mucha fruta y asequible, pero eso no garantiza una buena alimentación), por lo que la propia escuela optó por ofrecer a los niños un vaso de leche y un plato de arroz cada día, garantizando, al menos, un plato seguro y con cierta sustancia en sus estómagos. Y ojo, que en ningún caso hablamos de dejadez de las familias, que centran buena parte de los esfuerzos del día en conseguir comida, pero deben luchar con esa economía de subsistencia (con sus aspectos positivos, claro, pero sin una economía básica de mercado que especialize a la gente). Y, reitero, en Guinea todos los niños comen (otra cosa es que sea suficiente para su desarrollo) y ninguno, repito, ninguno se deja de lado. En Guinea nunca habrá huérfanos (el concepto de familia es mucho más extensa, abierta y acogedora que la nuestra) ni necesitarán, como nosotros, centros de menores, pero un vaso de leche y un plato de arroz extras como que no está de más.

viernes, 8 de octubre de 2010

¿Sacapuntas?


La primera vez que dije "sacapuntas" ante un grupo de niños de la escuela Talita Cum, las miradas mezclaron sorpresa e indiferencia. "Sí, para sacarle punta al lápiz", intenté precisar, antes de que alguno de los chavales me aclarase que me estaba refiriendo a un "afilador". Suerte que me lo dijo a tiempo, ya que mi cerebro estaba a punto de colar una catalanada y de lanzar hacia mi lengua la palabra "maquineta". El supuesto formador también aprende, hala.

viernes, 1 de octubre de 2010

Silencios azules

Silencios azules. Vidas que se esconden entre otras vidas. Rostros lejanos que se convierten en cercanos al tener nombre y apellido. O sólo nombre. Hogares que pasan a ser familiares. Y familias que traspasan culturas, que allanan caminos. Momentos que requieren paciencia. Pasos que necesitan un camino firme. Y más silencios. Azules, verdes, blancos y rojos. Guineanos.