miércoles, 25 de noviembre de 2009

Semana 10. Retratos (13). Sola


    Semana 10. Trenzar


    Trenzar el pelo es un arte, un don, casi un ritual ineludible (con sus dosis, a partes iguales, de paciencia, de dolor y de dedicación) entre las mujeres guineanas. La gran mayoría de chicos no se complica la vida (digamos que las tendencias rastas que popularizaron Marley -y algunos blancos despistados- o las afros de la blaxpoitation americana no cuajan hoy en día entre ellos) y acostumbran a ir prácticamente rapados, pero las chicas suelen cambiar de peinado cada pocos días. Así, se suceden trenzados con pequeños moñitos, con hilos de colores, con una especie de antenas rígidas, con extensiones, con rastas, con alisados de imitacion occidental (para mi, un error estético y cultural) o con, ellas sí, esa especie de corona capilar que, inmediatamente, nos traslada a los Jackson Five o a las andanzas del macarrilla de Shaft. Entre peinado y peinado, muchas mujeres lucen una especie de redecilla o malla, un paréntesis entre cada mutación capilar, un papel que envuelve un regalo sorpresa y que obliga a intentar imaginar qué acabará saliendo de ahí dentro.

      domingo, 22 de noviembre de 2009

      Semana 9. Retratos (12) Agustín.


        Semana 9. Retratos (11): Ruth Ansema



          Semana 9. Ébano, chocolate y algo a medio camino


          Ébano, chocolate y algo a medio camino entre el blanco y un cierto tono moreno, ni que sea por estar bajo los efluvios del sol guinenano, siempre presente, de un verano perpetuo que sólo se disimula con tormentas –de escasos segundos o de varias horas–, lanzando su particular telón de tonos grises y azules. Por cierto, supongo que no hace falta decir cuál de estas manos corresponde a Sara.

            Semana 9. Layla


            Una de las niñas de Tomasi, nuestro barrio de Evinayong, se llama Layla (apenas tiene dos años, pero ya es una asidua a los juegos de nuestra casa). Creo que sus padres no saben quién es Eric Clapton, aunque yo mismo llegó un momento en que hice ver como que ya no le conocía.

              Semana 9. Caza y pesca





              Conseguir comida. Algo que asocio a una de esas tareas habituales durante la semana, llamada ir a la compra. O sea, ir al Mercadona que queda a cien metros de casa (hablo de Terrassa, claro, ya que el imperio del clan Roig no ha llegado aún a África). En el día a día guineano, muchos niños se apañan para conseguir carne y pescado fabricando trampas (que ni el McGyver más inspirado) con las que atrapar pequeños antílopes, marmotas o ratones, o pescando con una rudimentaria caña. Sin fibra de carbono, sin mira telescópica, sin hilo de nylon de a nosecuántos euros el metro, sin boya de colores fosforitos, sin gusanos criados casi en una granja, sin un carrete que se desliza con un zumbido adictivo para cualquier pescador, sin chaleco caqui de doce bolsillos, sin gorra con carpa bordada y sin sillita plegable tamaño liliputiense. Hablamos, literalmente, de una caña, un palo a lo sumo, con cuerda y gusano, conseguido, eso sí, en el mejor criadero de gusanos del planeta: la misma selva. Y bien gorditos que salen, que a los peces como que se les van los ojos.

                Semana 9. Sirenas



                A pié de río la conversación puede fluir como el mismo curso del agua: hacia parajes lejanos, de destino incierto y con caprichos en el camino o con desvíos provocados por una piedra, un niño chapoteando o el leve contacto de una libélula despistada. Observar a Gastón, a Copi (qué conste que no se llama así, pero es el mote que le da Sara desde que la ayudó a orientarse con el coche por un camino) y a Nil mientras hablan genera una serie de incógnitas fascinantes: ¿De qué hablarán así, en cuclillas y con las manos en la cabeza? ¿Por qué recovecos divagarán sus palabras entre risas, gestos y caras de asombro? Cuando me acerco, me cuentan que Gastón asegura, convencido (o con ese aire de niño algo mayor que los demás, capaz de asombrar a los más pequeños con un discurso seguro) que en el río ha visto sirenas. No existen, sentencio desde mi prisma de adulto. Sí que existen, responden casi a coro varios niños más. Según Rebeca, es un ser mitad mujer, mitad pez. Según Copi, viven en el río, aunque algo más abajo, que tampoco se trata de que se dejen ver así como así. Que sí, que existen, van reafirmando uno tras otro, pero sólo Gastón asegura haberlas visto. Yo sigo enfrascado en negarlo, pero me miran como a un bicho raro, incapaz de reconocer algo sobre lo que la mayoría está convencido. Decido dejarles, en cuclillas, con las manos en la cabeza, discutiendo, jerarquizando sus afirmaciones según su edad. Lo que no puedo evitar, antes de sortear los charcos que se concentran traviesos y con ganas de mojar mis botas, es echar un último vistazo al río, aunque algo más abajo.

                  Semana 8. Presentación de Nil




                  Llegamos a Guinea con un Nil (aunque dejamos a Cris y Moi, en Terrassa, esperando a otro Nil) y partiremos habiendo conocido a uno más, el hijo de Confi que nació hace tres semanas. El domingo pasado fue presentado en la Iglesia Bautista de Evinayong. Nil no dio ningún paso, ya que será el mismo el que decidirá cuando sea mayor, tal como hizo su madre un día. Pero Nil crecerá acompañado de una forma de ver la vida, de una fe, de un testimonio, de una coherencia. Pero él, algún día, decidirá.

                    Semana 8. La reina de la selva






                    Lydia, Nil y yo acompañamos a Reina, una alumna de la escuela, a su finca, a su terreno en mitad de la selva donde, desafiando el apetito intenso de ese bosque que no para de moverse, su familia cuenta con un terreno de árboles decapitados y terreno cultivado con cacahuetes que dormitan bajo el suelo, bananas, malanga, caña de azúcar, tubérculo y yuca, entre otras variedades que mis ojos urbanitas no distinguen. Reina, machete en mano, se abre camino en unos caminos que, como las fauces de una planta carnivora, parecen cerrarse de nuevo, como con disimulo, cuando alguien acaba de pasar. En algún punto incluso desaparece cualquier atisbo de camino y entiendo aquello que suele pasar a los ingenuos que, en las películas, se adentran en la selva sin conocerla: se pierden. En apenas unos metros me equivoco de ruta al volver (suerte que Reina sabe reconocer como deshacer cada paso dado), ya que me resulta imposible encontrar puntos de referencia más allá de algún claro. Intentar tomar fotografías (mi modesta pero fiel Pentax sigue ahí) en ese entorno es complejo, como querer tomar una imagen dentro de un túnel; abundancia, frondosidad, lianas, un suelo que cruje y que parece tener vida propia, sonidos de animales invisibles, como quejumbrosos o necesitados de esa banda sonora para no dejar de ser selva, que todo bosque tiene su orgullo y un pedigrí que mantener en los libros de geografía y en los adictivos atlas.
                    Imagino seres informes que no veo, ni siquiera intuyo por donde reptan, cavan o saltan. Pero los oigo. Cuando me detengo para revisar la cámara y mis acompañantes ganan terreno, esos sonidos –incluso de día– inquietan, para que voy a intentar engañar a nadie con ínfulas de aventurero, y acelero de nuevo el paso como no queriendo reconocer que no me quiero quedar solo y comprobar cuál es el efecto real de esa música en mis temores, esos agazapados que pueden surgir sin avisar ni nada, los muy canallas. Reina, en cambio, se adentra entre la espesura varias veces a la semana, ya sea acompañada por su abuela o sola, sin asomo de temor y capaz de distinguir donde crece cada alimento, cuando es el momento de recogerlo y toda esa sabiduría tan “de pagès” (la expresión catalana me suena más cercana a lo que quiero decir) que a mi, incapaz de distinguir casi un olmo de un pino, me falta. Esa sabiduría se transmite de una generación a otra, cuando una mano cansada ya no puede seguir dando machetazos o cargando con la cesta (el nkueiñ) para transportar quilos, ya sean de caña o de leña o, también, de anhelos y sueños tan agazapados como esos temores (los míos, claro) que querían saltar como muelles ante mi (casi) soledad selvática.

                      Semana 8. + comida (o mejor dicho, más fotos)





                        Semana 8. Comida






                        Debo salir de los caminos gastados del hábito. Cuando esos locos bajitos llamados niños pululan alrededor, comer suele convertirse en una negociación (cómete hasta aquí; cómete dos judías y un trozo de coliflor; acábate la sopa; no hace falta que aguantes la cabeza con una mano; no dejes la mitad del plato como siempre; si no lo pruebas, no sabrás nunca si te gusta), en un reto, en un desafío, al menos, tres veces al día. Comida que se tritura, comida que se sazona con salsas de colores antinaturales para que no sepan ya a esa comida, comida que se eterniza, comida que se tira, comida que se guarda en el frigorifico envuelta en plástico hasta que se aburre rodeada de otros restos. Los hábitos de los niños guineanos son distintos. ¿Comen? Claro que comen. África no se simplifica con la sobada imagen de un niño desnutrido y al borde de la inanición. ¿Existe eso? Existe, pero también hay miles de vagabundos con harapos como ropa por las calles de Barcelona y Madrid y esa no es la imagen que se vende de Europa en África. Los niños guinenanos comen, pero a menudo no lo necesario para cubrir unas necesidades nutricionales básicas en unos cuerpos que, de acuerdo, serán de locos bajitos, pero requieren un plus de combustible. En Talita Cum se detectó que muchos niños asistían a la escuela sin haber comido (o habiendo comido muy poco), por lo que no rendían y algunos hasta se dormían. Y por eso se empezó a servir un plato de arroz (combinado con sardinas, judías o carne) y un vaso de leche a media mañana, un momento en el que las aulas se transforman en improvisados y temporales comedores, antes de volver a ser una clase. Cuadernos con el rostro de Hannah Montana o Zidane (sí, algunos necesitan actualizarse con urgencia), pues, conviven durante unos minutos (suelen ser pocos, ya que los platos se vacían a una velocidad de récord) con ese arroz, con ese combustible. Y Hannah y Zidane que ni se enteran.

                          domingo, 8 de noviembre de 2009

                          Semana 7. ...y más manos.





                            Semana 7. Manos...





                            De acuerdo, manos hay en todas partes, tampoco hace falta irse a África para encontrar. Pero al revisar imágenes, resulta que me he ido especializando en ellas. Y hasta las voy a compartir. Manos que acompañan, que consuelan, que duermen, que oran, que aprietan con firmeza o que descansan ante los rayos del sol. Manos, vaya.

                              Semana 7. Retratos (10) La "r" de Rode


                              Rode tiene cuatro años. Inquieta y feliz, su mirada te sigue por todas partes. El problema es que no sabe pronunciar la letra "r" (la pronuncia como una "y"). Nada grave en una niña de su edad, no sufran, pero es que ella misma se llama Rode, sus hermanas son Rebeca, Rut y Raquel y su futuro hermanito, Raul. Ironías del destino, vaya.

                                Semana 7. Retratos (9) Celia con Nil de fondo...


                                  Semana 7. Fang


                                  Dijo Cortázar una vez que “el mejor lugar de la casa sigue siendo el libro”. En la biblioteca de la escuela bautista de Evinayong me he (re)encontrado con el propio autor de Rayuela (con un ejemplar de una novela de la que ni recordaba la existencia: Los premios), pero también con Borges, Carpentier y Mark Twain, además de, y espero no ofender a ningún enfermo de la literatura, conocer a Sánchez Ferlosio (uno de esos nombres que me recuerdan al de un árbitro y que varias veces oí y nunca leí) gracias a una maravilla como es Alfanhuí, la historia del chico de ojos amarillos, amigo de los lagartos y que estudió con un taxidermista que tenía una criada que un día se puso verde y se murió. Conocer, en cambio, algo de la literatura guineana me está costando muchísimo, ya que en todo el país no existe ni una sola librería, lo que para un adicto al tema como un servidor se hace difícil de entender. Si a esto le añadimos el carácter básicamente de transmisión oral de la lengua y la cultura fang, la cosa se complica. Un sabio dijo que “cada anciano que muere en África, es toda una biblioteca que se pierde”. En el día a día los niños guineanos se expresan mayoritariamente en fang (recordemos que más del 80% de la población pertenece a este grupo, mientras el resto se dividen en bubis, ndowe, anoboneses,…), una lengua sin gramática escrita definida (aunque se están dando ya algunos pasos) y que en las escuelas está prohibida como lengua vehicular en beneficio, exclusivamente, del español. Nada que objetar al tema del español, pero los mismos maestros suelen reclamar la posibilidad de que algún día el fang se enseñe como materia oficial. Hay, pues, una parte de cultivo artificial de un idioma (el español), lo que dificulta la calidad del aprendizaje: no es un comentario vacío, ya que muchos niños de preescolar ni tan sólo lo hablan, ya que en casa se comunican en fang. Se está hablando de recuperar la enseñanza y el uso de la lengua propia en las escuelas para que conviva con el español, pero de momento no pasa de ahí, por lo que el fang no puede dar el paso de modernizar su vocabulario (cuando una palabra en fang no existe, directamente se dice en español) ni convertirse en una lengua científica. De acuerdo, Guinea Ecuatorial no tiene ni un millón de habitantes (hay estadísticas que hablan de 500.000 y otras que rondan el millón), pero el fang tiene cinco millones de hablantes, ya que incluye población de Camerún, Gabón y Congo.

                                    Semana 7. Vista


                                    Desde cualquier gran ventanal de rascacielos neoyorquino se divisa una línea de más rascacielos, de más colosos que desafían toda lógica y atacan de los nervios a cualquiera con un mínimo de vértigo entre sus fobias. En Evinayong, en cambio, la sensación es justo la contraria: desde la casa donde vivimos, algo elevada respecto al nivel de la ciudad, divisamos una alfombra de colores, ya sea decorada con las demás casas, con la selva que todo lo puede o con el trajín de mujeres que cargan yuca, leña o piñas.

                                      Semana 7. Cocina


                                      Confi, la cocinera de la escuela, remueve con esmero la gran olla llena de arroz que ha de ser, para muchos niños, el plato principal que comerán en todo el día. La de Talita Cum sigue la estructura tradicional de una cocina guineana, con fuego de leña en el suelo y cocinera agachada (de una forma que a mi me rompería en dos) que, con paciencia, remueve, prueba y distribuye. La silueta de Confi se recorta en el paisaje que se vislumbra desde la puerta de la estancia, mientras el humo va impregnando un ambiente al que cualquier guinenao se acostumbra desde bebé. A mi me siguen picando los ojos cuando entro, pero ese arroz, ni el mejor risotto que uno haya catado nuncia, oigan.

                                        Semana 7. Coche de país


                                        Desplazarse por Evinayong y alrededores andando es algo habitual, pero también lo es la inclemencia del sol o de la tormenta que, de repente, decide reabastecer la voraz selva con una cantidad indecente de litros por metro cuadrado. En esos momentos, conseguir montar en lo que se llama un coche de país es la solución. Eso sí, teniendo claro que el límite de ocupantes no lo marca ninguna ley, sino la destreza de los propios viajeros que, ya sea en un pequeño Toyota o en una gran pick-up para desafiar al viento, se colocan y recolocan como piezas de Tetris sin problemas. Hace unos días convertimos el coche de Sara (que no se entere) en un verdadero coche de país: la mayoría de ocupantes eran niños, de acuerdo, pero creo haber contado 15 cabezas. Sí, en un todoterreno 5 plazas...

                                          Semana 7. Fantasía






                                          Gianni Rodari (periodista y pedagogo italiano y uno de mis nombres de cabecera) decía que la imaginación y la fantasía deben tener un papel preeminente en la enseñanza, para que la palabra cumpla con su virtud liberadora. Y reiteraba que “no para que todos sean artistas, sino para que nadie sea esclavo”. Uno de los puntos en que más insisto con los profesores de Talita Cum, más allá de aspectos didácticos y de formación digamos esencial, es que fomenten la creatividad de los alumnos, que creen espacios para que pueda fluir con mucha más libertad que la que habitualmente conceden los muros de la escuela. También es cierto que escribo esto el día siguiente de haber visto (conseguir una memoria plagada de películas se agradece) el film Los 400 golpes de Truffaut, una de esas historias que vi hace años y que ya me impactó, pero que ahora recobra un interés especial: por si no la conocéis, narra la historia de un chico en un París en blanco y negro y de su relación con una familia que se desmorona y con una escuela que impone a través del miedo, la amenaza, la rigidez y prácticamente la dictadura más absoluta. Castigado por un delito no cometido en clase, el niño escribe un poema en el frío muro de su centro y decide abrir su mente más allá de esa escuela de profesor tirano y dirección que sólo sirve pasa sancionar. El niño huye de la escuela para descubrir la amistad, las sesiones de cine con pelis de chinos y hasta a Balzac, en el que se zambulle con tanta pasión que le acaba creando un altar y todo. En mi caso, cuando era alumno viví esa sensación de poder dar rienda suelta a la creatividad en contadas ocasiones, con unos pocos (muy pocos) profesores, pero unos muy pocos de los que guardo el recuerdo de haber sido los mejores. “La imaginación es un acto, no una cosa”, se ve que dijo Sartre, aunque algunos maestros guineanos siguen algo cohibidos a la hora de fomentarla. Pero cuando lo hacen, los resultados son espectaculares. En un entorno donde los recursos digamos que escasean, una vez tras otra les recuerdo que el mejor recurso son ellos mismos, con su capacidad para inventar y pergeñar (verbo que nunca uso, pero que el amigo, y hasta mejor escritor, Dani Jándula me ha hecho recuperar). Y los resultados han sido inmediatos: un mapa de África fabricado con arena, balones que se convierten en planetas, operaciones matemáticas con pipas de calabaza y, lo mejor de todo, niños que escriben y que descubren que pueden, y saben, escribir, crear, fantasear. No voy a reproducir las más de cien historias que guardo como oro en paño y que encargué a los alumnos de cuarto, quinto y sexto, a pesar de las caras de extrañeza de algunos cuando se las pedí: sus bolígrafos empezaron tímidos, dubitativos, con las clásicas miradas hacia ninguna parte como esperando el paso de esa musa rebelde, pero tengo en mi poder más de cien textos, más de cien historias (la mayoría provenientes de la rica cultura de cuentos fang, una lengua sin gramática y de tradición básicamente oral) sobre tortugas, tigres, liebres, cucarachas, libélulas, ratones y vecinos en poblados medio perdidos. Y sobre traciones, engaños, artimañas, pactos, ayudas, deseos, anhelos, pérdidas, vida y muerte.

                                            domingo, 1 de noviembre de 2009

                                            Semana 6. Retratos (8)


                                            Cándida. Siete años y ya se encarga de transportar a su hermano de tres.