miércoles, 16 de septiembre de 2009

Crónicas 2008 / 4. Bata: ciudad, vida, taxis

Los fang –la tribu más grande de Guinea, con un 80% de su poco más de medio millón de habitantes, a pesar de la poca fiabilidad de los censos del país– llaman a la capital continental Mang, que significa Mar. Aunque su paisaje está cambiando a pasos agigantados –un moderno paseo marítimo contrasta con el resto de la ciudad–, Bata sigue siendo un pueblo grande, con calles llenas de casas de colores –la mayoría, de madera– ganadas a la misma selva que, voraz e implacable, llega hasta la arena de la playa.
El parque automovilístico en la ciudad tiene un rey indiscutible, la japonesa Toyota. De hecho, el principal medio que los habitantes de Malabo y Bata usan para desplazarse son taxis, coches que van recogiendo pasajeros durante su trayecto –a un precio fijo de 300 francos CFA, algo menos de medio euro, aunque hace falta negociar para aquellos desplazamientos algo más largos–, la mayoría de la marca asiática. Así, vetustos automóviles, quejosos y renqueantes algunos, acumulan pasajeros hasta los topes sin inmutarse ni conductor ni pasajeros, con el único aire acondicionado que proporcionan las ventanillas bajadas en un entorno que más que un clima tiene un horno. Pero las calles de Bata también las surcan algunos lujosos vehículos, todoterrenos negros con los cuatro intermitentes encendidos para llamar más la atención –y para demostrar que forman parte de la clase alta del país, los llamados gordos–, que comparten espacio con antiguos camiones españoles de fruta o de empresas de logística, ahora reciclados en Guinea, aunque sin que nadie borre unos peculiares Transportes García, L’Hospitalet de Llobregat (Barcelona) o Frutas Mari, El Ejido (Huelva). Y sin olvidar unos, aún más peculiares, autocares escolares amarillos, como los de cualquier película norteamericana, aunque procedentes de Italia. La mayoría, abandonados en una cuneta en un país sin red de transporte público –exceptuando la gran telaraña que forman los omnipresentes taxis azules y blancos– y con los que los guineanos pueden aprender algunas nociones de italiano básico, como Uscita (Salida) o Proibito (prohibido. Algo que sorprende es la escasa presencia de motos y bicicletas, en una ciudad, y un país, donde andar, más que un hábito saludable, forma parte del estilo de vida.
El ritmo de la vida en Bata sucumbe a las altas temperaturas; a la constante caricia de un sol demasiado cercano; a la amenaza de una inminente lluvia durante varios meses al año, o al fuerte olor de la mandioca fermentada. Y a pesar de todo, la vida en la calle es constante, ya que casi nadie evita las horas de sol: ¡la mitad del día es así! Al ser un país poco acostumbrado al turismo –prácticamente inexistente– uno se queda con las ganas de hacer más fotos de esa vida, de ese color, de ese minúsculo rincón africano donde un simple trayecto en taxi –a pesar de la sensación que en cualquier momento una rueda saldrá disparada del maltrecho vehículo– es una ventana abierta a mil y una sensaciones.

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