jueves, 30 de agosto de 2012

Oro colorado









El océano, tímido y descarado a la vez, redibuja el perfil de Guinea Ecuatorial con las mareas, caricias de mar que dejan al descubierto una sinfonía de texturas y colores, de grises cobalto y azules que huyen, de verdes intensos y negros ébano. A primera hora de la mañana (pongamos entre las 7 y las 8, esa indefinida y usada “mañanita” guineana), los pescadores combe regresan con su botín. Pueden pasar una o varias noches en el mar, pescando y durmiendo en un cayuco que, una vez varado, nos parecerá casi un objeto gigante de artesanía, un tronco vaciado y trabajado para armar uno de los más resistentes botes que existen, esos que relacionamos con exhaustas llegadas a fronteras de blancos. En ese botín, la joya más preciada es el colorado, un pez enfundado en oro rosáceo y que parece haber arrancado algo del brillo del Atlántico. Entre cayucos y en la arena se improvisa una lonja que ni siquiera llega a subasta. No tiene tiempo. Un grupo de mujeres da buena cuenta de las piezas, para revenderlas frescas en puestos callejeros y en mercados o para secarlas y transformarlas en lingotes ahumados.

2 comentarios:

  1. com si estiguñes allà, gràcies per descriure l'ambient!

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    1. Gràcies!Descriure allò que es veu i es viu sempre és un repte, i més quan la tecnologia no sempre és una aliada. Però s'intenta. Quan torni ja pactem quedada!!!

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