viernes, 23 de octubre de 2009

Semana 4. De vuelta a Evinayong (13 de octubre)






Pasado el tiempo de la lluvia, que limpia el aire y desvanece el bochorno, los lagartos vuelven a erguir sus cabezas y a correr a toda velocidad, como huyendo nunca saben de qué. El día queda sesgado y un par de coches al borde de la carretera, ya abandonados tras algún frenazo a destiempo entre Mongó y Niefang, sirven de cobijo a esos mismos lagartos que buscan el calor metálico, mientras la selva, hambrienta, inicia sus pausados movimientos, como los de una planta carnívora que, de repente, se cerrará para devorar a su presa. La niebla, cuando el día se desvanece, se va dibujando en el perfil del monte Alen y lo difumina con suavidad y textura casi de algodón. Detenemos nuestro trayecto en Engong, donde Eurampia ya hace una hora que, como bienvenida, cocina yuca y una gallina de carne difícil para nosotros. Imposible negarse. La conversación en una cocina guineana, siempre en una cabaña fuera de la casa, obliga a entrecerrar los ojos para disipar ese permanente humo del fuego a tierra y de los secaderos de chicharro, carne o cacahuetes. Los guineanos nacen y crecen en esas cocinas, ahumando su costumbre, como el pequeño, aún sin nombre –algo impensable para quienes redactamos listados y consultamos libros de cubierta barroca antes de escoger el de nuestros hijos– de Confi, al que conocemos dormido, imperturbable, ya en Evinayong.
La ciudad nos recibe ya teñida de negra. Y sin luz. Sin el ronroneo de dragón de la central eléctrica. Con algunas sombras intuidas al borde de las calles, unas no aceras en proceso de llegar a serlo, con la sensación de que alguien debe haber apagado el mundo para que pensemos en algo, para que recordemos de memoria –y al tacto, dolorosamente sensible, de rodillas y tobillos– cada rincón de la casa mientras descargamos maletas, bolsas con comida, material para la escuela y el ansiado infiernillo de petróleo que deberá suplir el más que posible fin de nuestra bombona de gas. La lluvia vuelve por sorpresa, haciendo de las suyas, tejiendo algo más ese fino telón que desdibuja la ciudad para que, por la mañana, la encontremos con los colores recién lavados y con regueros de agua todavía apartando esas últimas motas de polvo como las que toda madre se afana en combatir con la punta de los dedos en un día de visitas. Estamos en casa.

    1 comentario:

    1. Estem seguint tot el vostre treball i procés d’adaptació amb interès i amb el “carinyo” de sentir que sou una part nostre... Quin nen més petit que tens els teus braços Lydia! Nil, sembla que no tens por a la pluja... El iaio i jo el altre dia a Barcelona ens ve quedar com peixos, va diluviar de cop... Quina diferencia d’apreciació de la vida...

      Petons

      iaia

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