domingo, 16 de septiembre de 2012

Nil, claro





Nil suele poner caras extrañas a la hora de mirar a cámara, aunque en alguna valiosa excepción se limita a eso, a mirar. Nil suele repetir que no ha llegado a Guinea hasta que está en Evinayong, como el que no cree que ha llegado a su ciudad hasta que se encuentra en casa. En Evinayong, de hecho, ha pasado ya cinco meses de su vida; y eso, en 12 años, es un porcentaje de peso. Pero los vínculos no se miden por el tiempo, y él lo hace por vivencias. Por horas en la selva o la ciudad hasta que la noche avisa que ya, que se acabó la jornada. Por la formación diaria antes de entrar a clase (y con canto del himno guineano incluido, un himno que suele tararear, sin darse cuenta, en otros momentos). Por las aventurillas que, al más puro estilo Tom Sawyer, puede contar acerca de machetes, serpientes, árboles, chinos, coches cargados hasta los topes, niños, niños y más niños. Por la ausencia de internet y televisión, que hasta la encuentra terapéutica y todo. Por las amistades. Por su tocayo Nil, que a sus tres años apunta maneras. Por historias al lado del río sobre sirenas que se esconden en los recodos. Por coches de médula de caña. Por vivir. Por cañas de azúcar que matan el hambre durante el día. Por todo eso, vaya.

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