sábado, 19 de diciembre de 2009

Semana 13. Medicina (1...)






Los fang suelen acudir a especialistas en medicina tradicional (en las curanderias) para tratar sus enfermedades. Y, de hecho, buena parte de la sabiduría de herboristas, que conocen al detalle las propiedades de distintas plantas, es tan válida como la medicina que los occidentales consideramos más convencional. La cosa, en cambio, se complica cuando la causa de una enfermedad se vincula al contagio por objetos considerados tabúes o como un castigo por parte de los espíritus. De acuerdo, habrá dolencias con orígenes más piscosomáticos o por desequilibrios entre el cuerpo y la mente, pero caer en un exceso de fetichismo evitando acudir a un hospital (aun teniendo en cuenta las carencias evidentes de los centros guineanos) es peligroso. No quiero caer en el discurso de contraponer medicina convencional con la tradicional (el papel de algunas multinacionales farmacéuticas que obligan a importar medicamentos a precios prohibitivos tampoco es, precisamente, ejemplar), pero sí defender, al menos, la posibilidad de poder elegir entre ambas propuestas. En varios poblados, a distancias considerables del hospital más cercano, se están instalando puestos de salud, gestionados por personas que han realizado un cursillo para poder realizar curas básicas o suministrar medicamentos para tratar algunas dolencias, aunque uno de sus papeles principales es el de concienciar a sus vecinos acerca de cuestiones sobre hábitos de higiene o de cómo reaccionar ante una diarrea o las primeras señales de un paludismo. En las fotos podemos ver uno de esos puestos de salud, imágenes de un rotofolio (grandes hojas con dibujos para concienciar en el tema de los hábitos), así como las de una reciente campaña de vacunación contra el sarampión en la escuela de Evinayong. Al detectar a pocos metros la presencia de una de esas finas pero temibles agujas (mi aprehensión ante ellas va mejorando, pero muy lentaaaaaameeeeeente), algunos niños empezaron a poner esas caras de pánico que dan ganas de salir corriendo con ellos en brazos, aunque otros aguantaron la acometida estoicamente y hasta mirando el temido momento del pinchazo.

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