domingo, 22 de noviembre de 2009

Semana 8. Comida






Debo salir de los caminos gastados del hábito. Cuando esos locos bajitos llamados niños pululan alrededor, comer suele convertirse en una negociación (cómete hasta aquí; cómete dos judías y un trozo de coliflor; acábate la sopa; no hace falta que aguantes la cabeza con una mano; no dejes la mitad del plato como siempre; si no lo pruebas, no sabrás nunca si te gusta), en un reto, en un desafío, al menos, tres veces al día. Comida que se tritura, comida que se sazona con salsas de colores antinaturales para que no sepan ya a esa comida, comida que se eterniza, comida que se tira, comida que se guarda en el frigorifico envuelta en plástico hasta que se aburre rodeada de otros restos. Los hábitos de los niños guineanos son distintos. ¿Comen? Claro que comen. África no se simplifica con la sobada imagen de un niño desnutrido y al borde de la inanición. ¿Existe eso? Existe, pero también hay miles de vagabundos con harapos como ropa por las calles de Barcelona y Madrid y esa no es la imagen que se vende de Europa en África. Los niños guinenanos comen, pero a menudo no lo necesario para cubrir unas necesidades nutricionales básicas en unos cuerpos que, de acuerdo, serán de locos bajitos, pero requieren un plus de combustible. En Talita Cum se detectó que muchos niños asistían a la escuela sin haber comido (o habiendo comido muy poco), por lo que no rendían y algunos hasta se dormían. Y por eso se empezó a servir un plato de arroz (combinado con sardinas, judías o carne) y un vaso de leche a media mañana, un momento en el que las aulas se transforman en improvisados y temporales comedores, antes de volver a ser una clase. Cuadernos con el rostro de Hannah Montana o Zidane (sí, algunos necesitan actualizarse con urgencia), pues, conviven durante unos minutos (suelen ser pocos, ya que los platos se vacían a una velocidad de récord) con ese arroz, con ese combustible. Y Hannah y Zidane que ni se enteran.

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